lunes, 23 de marzo de 2015

HAZME REGRESAR – LA HISTORIA DE DAVID Y BABI



 NOCHE DE SAN JUAN, JUNIO 1999

NO HA PASADO NI UN MES DESDE LA TRÁGICA MUERTE DE LOS PADRES DE BABI EN UN MORTAL ACCIDENTE DE TRÁFICO. CON TAN SOLO 16 AÑOS, SE QUEDA HUÉRFANA, SOLA EN EL MUNDO, SUS PADRES AMBOS HIJOS ÚNICOS TAMBIÉN PERDIERON A SUS PADRES MUY JOVENES.

SUS PADRES, DEJAN ESTIPULADO EN SU TESTAMENTO, QUE LA GUARDIA Y CUSTODIA DE SU  HIJA PASARÁ  A SUS FIELES AMIGOS, EDUARDO Y SARAH.

ESA MÁGICA NOCHE BABI SE ENCUENTRA JUNTO A LOS HIJOS DE ELLOS, QUIQUE Y FRAN, UNIDAS SUS MANOS, PIDIENDO QUE EL FUEGO ALEJE TODO EL MAL Y QUE EL AGUA DEL MEDITERRÁNEO LES TRAIGA COSAS BUENAS A SUS VIDAS.

LA VIDAS DE BABI Y DAVID SE CRUZAN EN ESA NOCHE, AMBOS SE ZAMBULLEN EN EL AGUA JUNTO A SUS AMIGOS, PARA CUMPLIR EL RITUAL, CUANDO UNA OLA ARRASTRA A BABI A LOS BRAZOS DE DAVID.
ESTE LA AYUDA Y CUANDO FIJA SU MIRADA EN AQUEL ROSTRO TAN BELLO CON ESA MIRADA TAN TRISTE QUEDA FASCINADO, Y SIN PENSARLO DOS VECES BESA AQUELLOS INOCENTES LABIOS.

PARA BABI SERÁ SU PRIMER BESO, QUE NUNCA OLVIDARÁ.


¿VOLVERÁ EL DESTINO A JUNTARLES?


Víctor confiesa a Estela todos sus miedos en el capítulo 19

Estela estaba ayudando a su esposo a acomodarse en la cama, ambos estaban nerviosos. Esta su conversación pendiente, la cual iba a marcar un antes y un después en su relación.
Al terminar, Víctor le pidió que se tumbase junto a él, y allí estaba ella, recostada con su cabeza en el lado izquierdo de su pecho, en su corazón, escuchando sus latidos y anhelando oír sus palabras.
―Estela, déjame explicarte todos mis pretextos ante la posibilidad de quedarte embarazada y por favor no me interrumpas, déjame hablar porque no sé si volveré a tener el valor para decirte todo esto, otra vez, en voz alta.
Ella asintió muda, conteniendo la respiración tomó la mano de su esposo y se la acercó para darle un beso, animándolo para que comenzase a hablar, lo cual él hizo.
―Seguro habrás llegado a pensar que soy egoísta y egocéntrico, en fin ―soltó un largo suspiro que llevaba mucho tiempo encerrado en su pecho―, quizás en algún momento si lo haya sido. Detrás de todas mis falsas excusas, solo existía un gran motivo, el miedo, miedo a ser padre, al cambio. La incertidumbre de cómo afectaría a nuestra vida, a nuestra relación, los cambios que conlleva y la enorme responsabilidad. Sabes que llego a ser tan metódico en todo, los horarios, el trabajo, incluso la ropa. Pero mi mayor pecado es mi egoísmo…
―Mi amor tú no eres egoísta, no…
―Lo soy ―sentenció Víctor sin ninguna vacilación a la vez que depositaba un tierno beso en el cabello de Estela―, y mucho, por no querer compartirte con nadie, incluso con nuestro propio hijo, no he querido que nada ni nadie ocupase tu tiempo porque eso significaría que me lo ibas a quitar a mí, ¿ves como si soy un verdadero monstruo? ― dijo Víctor angustiado, temeroso de la reacción de su mujer.
Estela alzó la mirada para encontrarse con la de él, aquellos ojos reflejaban todo el dolor que su alma sentía, la cual vivía atormentada por tener todos esos sentimientos. Pero lo que él no sabía, era que el miedo a la paternidad era mucho más común y frecuente de lo que se podía imaginar.
La paternidad era un cambio importante en la vida de los hombres y no todos estaban preparados para enfrentarla, la noticia de la llegada de un hijo tendría que ser un motivo de alegría, pero no siempre era así.
El miedo a esa responsabilidad, en la mayoría de los casos, era un sentimiento pasajero. Ese temor era básicamente por la preocupación de la crianza del bebé, de su educación. Pero sobre todo la gran responsabilidad que suponía traer una nueva vida al mundo, sin saber si serás el padre adecuado. Si a todos estos temores, le sumamos el cambio  que produce el nacimiento de un hijo en la pareja, esto crea un terror absoluto a la idea de ser padre.
Estela estaba confundida por las palabras de su esposo, incluso emocionada por aquel miedo a perder su atención ante la llegada de un bebé a sus vidas. Por supuesto que un recién nacido demandaría toda su atención, pero eso no significa que fuese a dejar a un lado a su compañero, todo lo contrario, lo haría partícipe de todo lo concerniente con el bebé.
―Víctor, mi amor ―susurró dulcemente sin dejar de mirarlo, la preocupación estaba dibujada en su rostro. Le rozó la mejilla con su mano para tranquilizarlo, todo estaba bien y él no era ningún monstruo―. Te amo con todo mi corazón,  mi cuerpo, mi alma y sabes que anhelo con todo mí ser, tener un hijo de los dos. Un hijo que tenga tus bellos ojos, tu hermosa boca. ―Delineó con su dedo índice el contorno de los labios de él―, que tenga tu fuerza, que sea honesto y, sobre todo, que ame y respete a su familia tanto como tú lo haces.

Por la mejilla de Víctor rodó una lágrima solitaria que Estela no dudó en besar, con aquel gesto quería que todas las dudas de su marido se esfumasen, que supiese que ella siempre estaría para él y junto a él.
―Tener un hijo, significará un gran cambio en nuestras vidas ―prosiguió Estela acurrucándose  a su cuerpo, la mejilla sobre su pecho, escuchando los latidos inquietos de su corazón―, y supondrá renunciar a muchas cosas, a muchos sacrificios, pero todos serán compensados por el amor y la felicidad que sentiremos al tenerlo entre nuestros brazos.
Ambos se quedaron durante unos minutos en silencio, solamente se escuchaba en la habitación sus respiraciones, incluso se podía oír los latidos de sus corazones, los dos palpitando al unísono, como si fuera uno.
Víctor se incorporó y con ello hizo que Estela se volviese a mirarlo, Él necesitaba decirle algo a su mujer, su compañera, su vida, mirándola a los ojos, que viese todo el amor que sentía por ella.
―Cariño, todo ese miedo e incertidumbre han desaparecido, bueno si soy franco… casi todo. ―Sonrió como solo saben hacerlo, los integrantes masculinos de la familia Vargas, con esa indolente sonrisa de lado que dejó sin respiración a Estela a pesar de conocerla de memoria―. Después de mi caída estuve reflexionado sino hubiese tenido la suerte de salir con vida del accidente. ―Tomó las tibias manos de Estela entre las suyas―, ¿qué hubiera quedado de mí…? Mi recuerdo, por supuesto, pero éste se hubiera desvanecido con el tiempo. Entonces me puse a pensar en mi padre, en su despedida, en el orgullo por sus dos hijos, él se iba con la tranquilidad de que una parte suya siempre estaría viva en mi hermano, en mí y las siguientes generaciones. Él se sacrificó por nosotros, nos amó, nos compartió con mi madre, pero ella siempre le dio su lugar y, justo, en ese momento supe que mi mayor deseo era tener un hijo con la mujer que amo, contigo mi amor.
Estela se lanzó emocionada a sus brazos, sus palabras habían llenado el alma de felicidad, esperanza y fe. Ahora, más que nunca, supo que no se había equivocado a elegirlo para que fuera su compañero hasta el final de sus días, pasando junto a él días buenos y malos, de tormentas y calmas, y también comprendió, que Víctor sería el mejor padre, atento y cariñoso.
―¿Entonces… a qué estamos esperando, amor mío? ―preguntó Estela con un travieso brillo en sus ojos.
Víctor no pudo reprimir una sensual carcajada y la acercó a su cuerpo que comenzaba a despertar a la cercanía de su seductora mujercita, y sin ninguna vacilación apresó los dulces labios de su esposa, su beso comenzó lento, pausado, con él quería borrar todo dolor del pasado y forjar un nuevo presente, llenos de grandes motivos para vivir un futuro juntos.
Estela sintió que su cuerpo se elevaba pleno de gozo, la lengua de Víctor exploraba cada rincón de su boca, buscando nuevos lugares, nuevas rutas que les llevasen a ese final deseado.
De repente, Víctor interrumpió su beso dejándola vacía, sensible, desorientada, lo miró sin atreverse a preguntar porque se había alejado así de ella. Antes de que sus dudas hicieran presencia, afloró esa indecente sonrisa en el rostro de su marido mientras se tumbaba de espaldas arrastrándola con él.
–Señora Vargas, aún estoy convaleciente, así que será usted la que tenga que echarle tequila y sal a esta velada ―terminó con un astuto guiño.
―Señor Vargas, será todo un placer ocuparme de usted durante toda la noche, no se preocupe que no le haré sufrir, todo lo contrario, solo quiero darle placer ―ronroneó junto a los labios de él―, pero tendrá que ser un buen paciente y obedecerme en todo.

―Todo suyo ―confesó Víctor deseoso de ser amado por su mujer.