lunes, 26 de enero de 2015

El primer baile de Mario y Paula

Una pincelada del Capítulo 19 "Motivos"


Mario estaba esperando que Paula terminase de arreglarse para bajar a cenar, estaba inquieto y agitado, no sabía cómo catalogar aquel abrazo efusivo de los dos… Paula enredada en su cuerpo hizo que todos sus sentidos se dispararan, menos uno que tuvo que reprimir. Pudo tocar su piel, escuchar su risa, oler su esencia, ver su luz, pero no saborear sus labios. Se contuvo para no devorar esa boca otra vez,  recordaba sus labios  suaves, delicados, calientes... ahora no era inquietud o agitación lo que sentía, sino una tempestad de excitación devorando todo su ser, y si no paraba aquellos pensamientos, tendría que regresar a la ducha para que una afectada parte de su anatomía regresase a la normalidad.
Paula abrió la puerta de su habitación y contempló a Mario que se encontraba de espaldas a ella, sin ver su rostro adivinaba que estaría sencillamente perfecto. Por unos segundos quiso parar el tiempo, detener ese momento y guardarlo en su corazón, otro pedacito de él solo para ella.
Sintió su mirada recorrer su cuerpo, le gustaba aquella sensación, le excitaba sentirse observado por ella, esperó unos segundos antes de girarse para contemplarla. Estaba tan… tan bella, tan hermosa… no había palabras para describirla. Cada día que pasaba florecía como una sublime flor, mostrando su belleza innata, su atractivo natural.
Mario supo de inmediato que aquel vestido negro iba a ser un tormento para su tranquilidad, no es que fuese provocativo, pero en ella causaba ese efecto, ajustándose perfectamente a sus seductoras caderas, sin escotes, ni aberturas, sus bellos y torneados brazos al descubierto y aquellas impresionantes piernas terminando en unos tacones de vértigo del mismo color. Su atractiva melena cayendo sobre sus hombros en una cascada de suaves bucles. Mario sintió deseos de introducir sus dedos en su cabello, enredarse en ella para no soltarla jamás.
Estaba a dos pasos de aquella espectacular mujer y su cuerpo solo quería acercarse a ella, como si de un gran imán que tirase de él.
Tras completar su examen por el cuerpo de Paula, Mario asintió con aquella exclusiva sonrisa, esa que lograba que las barreras cayeran,  las puertas se abrieran y los obstáculos desaparecieran.
Paula no dejó de contemplarle, no podía ser real, llegó a pensar, estaba exultantemente atractivo, vestía jeans color negro ajustados a sus piernas, marcando su fuerza, su masculinidad, y aquella camisa blanca abierta lo justo para dejar divisar un pecho bronceado y poderoso, la chaqueta negra le daba un toque de formalidad, algo casi imposible en su persona.
Al terminar la revisión por el cuerpo de Mario asintió de la misma forma que él, lo que no pasó desapercibido para Mario, que la miró entre divertido y maravillado, comenzaba a disfrutar esa nueva etapa de amistad y compañerismo… porque solo eran esos colegas y compañeros, ¿o no?
—¿Bajamos a cenar?, estoy realmente hambriento ―comentó ofreciéndole su brazo, el cual aceptó Paula tras unos segundos de duda, quería alejar todos sus fantasmas durante unas horas y disfrutar de ese momento junto a él.
Paula disfrutó muchísimo de la cena, tenía que reconocer que Mario era un acompañante muy interesante, con mil historias que contar. Que tras esa fachada de ser un tipo perspicaz y divertido, había un hombre culto, inteligente e intuitivo, era fácil conversar con él de cualquier tema.

Tras la cena, fueron invitados a tomar una copa de cortesía en el salón Memories, todos los esfuerzos de Paula por rehusar de aquella invitación fracasaron.
Tras darle un largo trago al coctel que les habían servido, comenzó a relajarse dejándose llevar por el momento, disfrutando de la música y del ambiente, y en especial de la cercanía de su acompañante.
Sus rodillas se rozaban y ese simple roce lanzaba deliciosas descargas por todo su cuerpo, Paula sentía crecer el deseo dentro de ella, necesitaba que aquellos fuertes brazos la rodeasen, y la acercasen a su cuerpo.
—¿Te apetece bailar? ―preguntó Mario, de repente, como si hubiera adivinado sus deseos.
—No… no creo que... —comenzó a protestar Paula totalmente aturdida, porque una cosa era imaginar su contacto y otra muy distinta era sentirlo en vivo y directo.
—No voy a aceptar un no por respuesta, has bailado con tu otro compañero de trabajo e incluso con mi amigo,  así que no puedes negarte a bailar conmigo —concluyó su alegato formando un puchero en su deliciosa boca.
—Vale, bailemos, pero no te quejes si te lleno a pisotones ––resopló Paula.
—Me arriesgaré ―confesó Mario tirando suavemente de ella.
Agarró su mano y no la soltó hasta llegar al centro de la pista de baile, donde varias parejas se balanceaban al ritmo de la música. La imagen que ambos proyectaban era la de una pareja más… él orgulloso de estar al lado de una espléndida mujer y ella cautivada por su masculinidad.
Mario la atrajo hacia su cuerpo, pegándola a él, llevaba toda la noche luchando contra aquel sentimiento, pero había perdido la batalla. En realidad, estaba perdida desde el mismo momento que la contempló en la habitación, y ahora quería ahogarse en su perfume, perderse entre sus brazos…
…Las manos de Mario quemaban su espalda, subían y bajaban como ríos de lava, quemando su piel, incluso por encima del tejido de su vestido...
…Tenerla así, apretada a su cuerpo, le estaba causando graves estragos, sino se relajaba una parte de su anatomía iba a asustarla…
…Comenzó a sentir a Mario de arriba abajo, de lado a lado, parte por parte… alguna parte más que otras…
…Tendría que agradecer al hotel que se hubieran equivocado en sus reservas, aunque terminase debajo del chorro de agua fría…
…Cubitos de hielo en toneladas iba a tener que pedir en la recepción para poder apagar aquella calentura que estaba sintiendo…
De repente el solista que amenizaba la sala comenzó a interpretar una vieja canción de Luis Miguel, Motivos, de las del tipo que llegan al fondo del corazón sin pedir permiso, así les pasó a ambos cuando comenzaron los primeras letras, y sin haber ningún motivo, sus cuerpos se atrajeron aún más.
Atrapados por la letra de la canción, se mecían siguiendo el ritmo de la balada, sintiendo sus cuerpos rozarse y sus corazones abrazarse…

… Unos ojos bañados de luz
Son un motivo
Unos labios queriendo besar
Son un motivo
Y me quedo mirándote aquí,
Encontrándote tanto motivos
Yo concluyo que
Mi motivo mejor eres tu…


Y en ese mismo instante Mario se dio cuenta de que "su único motivo" era Paula, ¿Sería ella esa compañera que su padre quería que encontrase? ¿su amante? ¿su cómplice? Sintió que todo este tiempo había tenido una venda en los ojos, que no le dejaba ver más allá de sus narices. ¿Qué había cambiado en estos últimos minutos? ¿Era su calidez? ¿Su inocencia?  ¿Su perfume? Asomó una sonrisa a sus labios, al pensar en la idea disparatada de que su padre, de una forma u otra, era el responsable de que ellos estuviesen juntos en este momento. 

Su cuerpo temblaba en cada paso, con cada nota, ansioso de recibir más , de sentir más. Cuando, de repente, Mario la envolvió estrechamente entre sus brazos, dejando escapar su aliento en la sien de Paula, y ésta alzó los ojos para sumergirse en su mirada, notando algo diferente en ella. ¿Fascinación? ¿Amor...? Eso era imposible...¿o no? No sabía que pensar, estaba sumergida en una espiral de emociones, y de dudas. Lo único que sabía con seguridad era que su razón de sera, su mejor motivo era él.


martes, 13 de enero de 2015

EL PRIMER BESO DE MARIO Y PAULA

"BESOS Y ESPINAS"

Se encontraban muy cerca de una de las entradas del Bosque de Chapultepec, un hermoso e inmenso parque situado en el centro de la ciudad, lo cual lo convertía en un verdadero pulmón para todos los habitantes de la capital. En sus alrededores se vislumbraban hermosos lagos, elegantes fuentes y hasta se podía contemplar un verdadero castillo, que albergaba un museo y un zoológico en su interior.

Era el lugar ideal para ser visitado por personas de todas las edades, las familias podían disfrutar una maravillosa jornada, todos juntos, y, ahora por la noche, las parejas se refugiaban bajo el amparo de las estrellas para demostrarse su amor.
―¿Por qué has parado? ¿Qué hacemos aquí? ―preguntó Paula confundida y temerosa.
No quería pasar ni un segundo más junto a él, por hoy ya había sido suficiente, era una tortura tener que contener sus sentimientos, su cuerpo le mandaba una señal totalmente diferente a la de su mente y mantener el control la dejaba sin fuerzas.
Mario abrió la puerta del auto e hizo un gesto de galantería con la mano invitándola a bajarse, pero ella siguió sentada con los brazos cruzados, indiferente a su petición.
―No seas tozuda, ¡Por Dios! ―Suspiró desesperado ante su terquedad―. Solo daremos un pequeño paseo, ambos lo necesitamos y así tendremos la oportunidad de hablar.
―¡¿Nosotros?! ―puntualizó señalando con su dedo índice primero a él y luego a ella misma―, no tenemos nada de qué hablar, así que te pido, o mejor aún, te exijo que me lleves a mi casa ahora mismo.
―Si te quieres quedar ahí toda la noche por mí no hay problema, ¡Yo! si necesito despejarme. ―Comenzó a andar dándola  la espalda, sin impórtale si lo seguía o no.
Paula continuó dentro del coche confiando en que Mario recapacitase y diese media vuelta para llevarla a su casa, pero él cada vez se alejaba más del auto. Con un mohín de enfado bajó del coche y comenzó a andar en dirección opuesta a la vez que gritaba:
―No me hace falta tu ayuda, yo sé arreglármelas sola.  ―continuó andando con paso enérgico sin mirar hacia atrás.
Al mirar de soslayo, vio cómo se alejaba en dirección a la carretera, sin apenas hacer ruido corrió hacia ella y, al llegar a su lado, puso su mano en su hombro sobresaltando a Paula que no lo había oído acercarse.
―¡No me toques! ―se quejó separándose de él.
―De acuerdo ―contestó Mario con las manos en alto en señal de paz―. Hagamos una tregua, durante los próximos quince minutos nada de peleas y nada de comentarios desagradables… y si, justo cuando marque el minuto dieciséis, sigues con ganas de darme una tunda o tirarme de cabeza al lago, no pondré ninguna resistencia, ¿Hay trato?
Las palabras de Mario fueron como un bálsamo entre los dos porque provocaron la risa de ambos.
―Se te ve tan hermosa cuando te ríes ―expresó mientras la observaba maravillado.
―Gracias ―susurró incrédula.
Llegó la calma,  magnificando ese momento, sus miradas chocaron con la fuerza de un trueno, gritando en silencio lo que sus corazones aún no querían confesar en voz alta.
Paula, en un momento de debilidad, sintió la necesidad de refugiarse en sus brazos y sentir el roce de sus labios en los suyos. Lanzó un largo suspiro, no podía sucumbir ante sus pensamientos, no estaba dispuesta a dejarse lastimar otra vez.
―¿Qué quieres de mí? ―preguntó Paula en un arranque de sinceridad.
―No lo sé ―contestó con franqueza―, yo solo… solo quiero conocerte, que ambos nos conozcamos ―susurró Mario acortando la distancia que los separaba.
―Pero… ¿Para qué…? ¿Por qué?, lo que sabemos el uno del otro es suficiente ―respondió Paula controlando sus emociones―. Tú eres uno de los dueños de la tequilera y yo soy…soy una simple empleada ―concluyó con tristeza.
Mario tiró de ella agarrándola de la cintura con delicadeza. Sentir la presión de su cuerpo musculoso pegado al suyo era una cruel agonía, pero era maravilloso verse reflejada en su mirada,  sentir el roce del aliento de sus labios, y por mucho que su mente le gritara que parase aquello, su cuerpo no se movió ni un milímetro de allí.
―Posiblemente tengas razón y no debamos estar aquí ninguno de los dos ―susurraba suavemente sin dejar de contemplar su bello rostro―.En realidad no sé qué es lo que quiero, ni lo que me está pasando contigo. ―Su voz se volvió más ardiente―, lo único que sé es que necesito sentirte cerca. Me he dado cuenta que no te soy indiferente, ahora mismo noto como estás temblando entre mis brazos.
―Por favor, suéltame ―suplicó Paula intentando zafarse de aquella deliciosa opresión.
―No, no te voy a soltar ―respondió Mario impendiendo que se alejara de él.
Paula se sentía cada vez más indefensa entre sus brazos, su corazón latía cada vez más fuerte desbordado por la emoción de aquel instante. Sus sentimientos comenzaron a traicionarla, el roce de sus manos en su espalda le hacían estremecer hasta lo más profundo de su ser.
―¿Tienes frio? ―preguntó con suavidad al sentirla temblar.
―No… no… ―Apenas podía articular palabra.

Sus labios se acercaron con peligrosa lentitud, haciendo que el  corazón de Paula latiera desbocado, la boca de Mario descendió con suavidad hacia su boca apresando sus labios con ternura. Su primera reacción fue alejarse, pero Mario lo impidió sujetándola con firmeza por la nuca, sin darle opción a escapar de aquel beso, los labios de Mario tomaron por completo los de Paula haciéndola sentir tal placer que no pudo resistirse más y correspondió a su beso. Los dedos de él jugueteaban entre sus cabellos sugestivamente, mientras que sus cuerpos se fundían con pasión en uno solo.  Aquel beso se volvió más profundo, muchos más intenso e íntimo. Mario tomó entre sus labios el labio inferior de Paula jugueteando,  acariciándolo con su lengua, arrancando un suspiro de placer de su garganta.
Un torbellino de sensaciones explotaba dentro de Paula, no podía alejarse de aquellas ardientes caricias por mucho que su cerebro mandara una advertencia tras otra, tenía que parar aquello antes de que le causara un dolor irreparable. Pero la necesidad de sentirse amada… ¿Amada?, pero que estúpida era al pensar que aquello era amor… solo era deseo, una aventura más, nada serio.
Aquellos pensamientos hicieron que reaccionase separándose con brusquedad de Mario.
―Esto no tenía que haber sucedido ―reprochó con la respiración agitada.
―Perdóname, pero no pude resistir el impulso de besarte, no fue mi intención ofenderte ―declaró Mario afectado―, pero no me negarás que ambos lo disfrutamos.
―No digas nada más, por favor llévame a mi casa ―suplicó Paula con los sentimientos a flor de piel.
De camino a su casa ninguno pronunció palabra. Ella iba reprochándose su comportamiento, lo tonta que había sido por ceder a sus besos, sus caricias, sabía que esto no la llevaba a ninguna parte, tenía que poner un alto a esta situación. Había sufrido lo suficiente por amor, no podía permitírselo de nuevo.
Mario descendió rápidamente del coche para ayudarla a salir, pero ella ya había descendido, necesitaba poner distancia entre ambos. Al ver el rostro alterado de Paula, Mario intentó disculparse otra vez, pero ella no lo dejó hablar.
―Será mejor que olvidemos el incidente del parque. Ha sido algo sin importancia. Para ti solo ha sido un beso más, uno de tantos, pasar un momento entretenido, pero sé perfectamente cuál es mi lugar. Esto no debería haber pasado y será mucho mejor que lo olvidemos, por mi parte ya no lo recuerdo. ―Paula intentó sonar fría y distante.
Ante la frialdad de sus palabras y su mirada herida Mario optó por callarse, aquel no era el mejor momento para hablar con ella.

Después de despedirse con extremada cortesía de ella, subió a su descapotable arrancando el motor con rabia para perderse en la oscuridad de la noche.

sábado, 10 de enero de 2015

¡¡No quiero despertar!!


Como cada mañana, a las nueve menos cuarto, me topaba con él en el ascensor que nos llevaba a las plantas donde se encuentran nuestras oficinas. Y cada día era una verdadera tortura para mis sentidos; su simple presencia llenaba aquel reducido habitáculo embriagando cada rincón con su aroma, mientras el sonido de su voz hacía que mis entrañas se licuasen de deseo.

Si por casualidad llegaba antes que él me hacía la remolona mientras lo esperaba;   para así poder disfrutar de esos escasos segundos a su lado, a pesar de ser consciente de que yo era totalmente transparente ante sus ojos.

La noche anterior apenas había podido dormir. Imaginaba sus manos vagando ardientemente por mi cuerpo mientras sus labios devoraban mi boca; así que para no terminar calcinada, me tuve que dar un baño en agua tibia junto a mi juguetito sumergible. No era lo mismo, pero por lo menos relajaba.

A la mañana siguiente todo comenzó mal, la alarma del móvil no sonó porque estaba desactivada. ¿Cómo?, seguramente fue anoche mientras tenía el segundo encuentro tórrido con mi juguetito.

Tras una ducha rápida me vestí a la carrera; falda lápiz color gris y blusa de seda blanca que escondían una lencería de encaje blanco. Para completar el atuendo, unos zapatos de tacón alto negro a juego con el cinturón ancho. Una cosa era correr, pero otra no salir arreglada. ¡Antes muerta que sencilla!

Metí en una bolsita unos panties muy sexys dentro de mi bolso; ya me los pondría tranquilamente en el baño de la oficina. Ahora no podía perder ni un segundo más, me maquillé en tres minutos y salí disparada a  tomar el primer taxi libre.

El hall estaba desértico, faltaba un minuto para las nueve, pero no había nadie esperando en la zona de los ascensores, algo bastante inusual. Un poco nerviosa pulsé el botón de llamada, no me gustaba llegar tarde. Cuando, por fin, la puerta se abrió, solté el aire que había retenido en mis pulmones, entré de prisa y corriendo mientras pulsaba convulsivamente la tecla de mi planta, como si de esa forma el ascensor me fuera a hacer más caso.

 A punto de cerrarse la puerta; una mano varonil lo impidió, forzando a que las puertas se  volviesen a abrir. Preparada para fulminar al intruso que había osado interrumpir mi subida, de repente, ante mis ojos apareció el causante de todos mis sueños húmedos y de mis noches de desvelos. Me sorprendí al notar que su aspecto siempre impecable había desaparecido. Llevaba el pelo aún húmedo y algo revuelto. la corbata sin ajustar, y la camisa algo arrugada… parecía que tampoco le había funcionado su despertador.

Al escuchar su voz grave y algo acelerada en ese simple ¡buenos días!, mis piernas comenzaron a fallarme, «¡Traicioneras!», pensé,  mientras me apoyaba en la pared del ascensor.

 Sin embargo, lo peor fue cuando él se inclinó a pulsar el botón, justo una planta superior a la mía.  Aquel olor a hombre limpio entró en mis fosas nasales intoxicándome, como si se tratase de un potente veneno letal.

Podía sentir su calor, su masculinidad brotando por cada poro de su piel. Y mientras yo me embriaga con su aroma, de repente, el giró su cabeza y me miró con un brillo ladino en sus ojos marrones, a la vez que alargaba su mano derecha y pulsaba la tecla de stop. Toda aquella mole de acero y cables se detuvo de golpe ante su orden.

—Llevo mucho tiempo soñando con este momento—susurró acercándose peligrosamente, podía sentir el calor infernal que desprendía su cuerpo varonil.



Rodeó mi cabeza con sus manos, colocando una a cada lado, cercándome. Cuando intenté hablar sus labios me lo impidieron con un beso duro, sensual, mucho mejor que cualquier que hubiera imaginado en mis fantasías. Estábamos unidos, únicamente, por nuestros labios, nuestras lenguas bailaban una danza desenfrenada; estaba segura que podía correrme solo con aquel beso. Como si me hubiera leído la mente, sus manos sujetaron mi cabeza profundizando más el beso, si eso fuera posible; para luego bajar su mano y quitarme el  bolso, dejándolo caer al suelo.

Cuando sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo por encima de la ropa, sentí mi piel enrojecer, como si hubiera estado tomando el sol sin protección solar. Me agarré a sus hombros para no caerme, momento que el aprovechó para pegar su cuerpo al mío, presionando su dura virilidad contra mi vientre.

Sus manos volaban por mi cuerpo, sus hábiles dedos desabrocharon los primeros botones de mi camisa, dejando al descubierto el atractivo sujetador blanco de encaje; pasó sus pulgares por mis pezones poniéndolos duros al instante, bajó la cabeza y comenzó a chuparlos a través de la tela. Iba de uno a otro, haciéndome gemir de placer, aquello era lo más erótico que me había sucedido en la vida.

Me agarré a su grueso cabello sujetándolo junto a mi pecho, no quería que parase nunca. Sus manos siguieron descendiendo hasta mis caderas y con un movimiento ágil comenzaron a subir mi falda, encajándola en mis caderas. Al tocar mis muslos libres de panties, él gimió dentro de mi boca aprobando que sólo llevase un atractivo tanga. Paseó sus dedos por encima del encaje y mi clítoris dolorido no tardó en responder a su caricia, produciendo una corriente eléctrica por todo el cuerpo.

Sentí la necesidad de tocarlo y sentir su masculinidad; con manos temblorosas desabroché el botón de su pantalón y bajé la cremallera; mis dedos temblaron al tomar su aterciopelada erección, mientras soltaba un ahogado jadeo. De repente, vi el reflejo de algo plateado, era un preservativo. Sin darme opción, retiró mi mano de su miembro erecto y se lo colocó rápidamente.

Me tomó entre sus brazos y con una sonrisa en sus labios hinchados, me invitó a que le rodease con mis piernas, sin pensarlo dos veces, e impulsada por el deseo y la pasión, así lo hice.

Nuestros sexos se tocaban, mis pezones doloridos estaban prisioneros contra su pecho, mis labios palpitantes; nuestras caricias más frenéticas, más audaces… ambos estábamos a punto de explotar en un fulminante clímax cuando…

“PI PI PI PI PI PI PI”

El maldito despertador había interrumpido el mejor de los sueños abrasadores que había tenido en mi vida, dejándome sudorosa, jadeante e insatisfecha.

¡¡¡¡¡¡¡Mierda!!!!!!!

¡¡¡Ahora no!!!


¡¡¡No quiero despertar!!! 

lunes, 5 de enero de 2015

UN NUEVO DESTINO

Damián ya no estaba junto a ella, un maldito tumor cerebral le había alejado de sus brazos, apenas tuvieron tiempo para despedirse, todo sucedió demasiado rápido.
El recuerdo de la última noche que pasaron juntos, la acompañaba en todo momento, era lo único que le quedaba de él. Hasta el último segundo su mirada gris se mantuvo con aquel fulgor de acero, esos labios insolentes, que tantas veces habían recorrido su cuerpo memorizándolo, no dejaban de decirle cuanto la amaba, mientras agradecía a la vida cada minuto vivido junto a ella.
Damián prometió a Marina cuidar siempre de ella, no importaba dónde fuese a parar, él le haría saber que estaba bien e iba a enviarle otra persona que la hiciese igual o más feliz de lo que habían sido juntos.
Con lágrimas retenidas, abrazados, y en silencio; Marina sintió como el calor abandonaba el cuerpo de Damián dando paso a un frío glacial.





Diez meses después

Marina había pasado por las cinco fases del duelo ante la pérdida de una persona amada, primero había sido la negación, cada día al llegar a casa se negaba a creer que Damián no iba a volver a abrir la puerta, con su sonrisa ladina y ese gesto de niño grande.
Tras comprobar, día tras día, mes a mes, que la puerta no se abría, llegó  el dolor emocional,  la tristeza invadió cada poro de su piel, allí donde antes había caricias, placer, ahora solo existía dolor y sufrimiento.
Cuando comenzó las fases de negociación y aceptación fue tras casi cuatro meses de insomnios, luchas interiores y largas negociaciones con el mismísimo universo, intentando comprender por qué Damián se había ido.
Y ahora, a punto de cumplir un año de su ausencia, estaba en la fase del enfado, la ira e incluso la indiferencia, se levantaba enojada con el mundo entero, con Damián, con sus promesas que nunca serían cumplidas, no porque él no quisiera, era imposible que le enviase una señal y mucho menos a alguien que cuidara de ella, nada de eso iba a suceder, jamás.
En un arrebato de ira comenzó a recoger todas sus cosas, todo lo que le recordaba a él. Tomó una maleta grande y comenzó a tirar todo dentro, su gorra favorita, sus libros preferidos… con una diabólica sonrisa se acercó a su preciada colección de discos de vinilo de los 80,  los tiró dentro de la maleta sin tener ningún reparo, seguro que eso le haría convulsionar estuviese donde estuviese.
Tras cerrar la maleta, Marina se sentó encima de ella, abrazándose con sus brazos, buscando el refugio que necesitaba,
       ―Damián ―susurró en voz baja, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
Por un instante pensó que terminaría deshidratándose, estaba segura de que no quedaba más reserva de agua en su cuerpo.
De repente, el sonido del timbre la sobresaltó, por un momento pensó en no contestar, seguro que era el portero para traerle un nuevo certificado con otra multa…o... ¿sería? Marina sacudió su cabeza, tenía que dejar de pensar tonterías, Damián ya no estaba y no iba a volver nunca más, ni tampoco iba a recibir mensajes de él, ni visitas inesperadas…ni…
–¿Mónica?, ¿qué… qué haces aquí? –preguntó Marina atónita al ver pasar como un huracán a su amiga. Llevaba esquivándola las últimas cuatro semanas.
–Tal y como me imaginaba, estás hecha un asco, te ves fatal –comentó Mónica moviendo su melena castaña, mientras sus tacones repiqueteaban a su paso.
–Gracias, yo también te quiero –suspiró Marina sentándose de nuevo sobre la maleta.
–¿Son las cosas de Damián? –señaló Mónica suavemente.
Marina sólo pudo asentir, no le quedaban fuerzas para nada más.
–¡Vamos!, ¡mueve ese precioso trasero!, Date un ducha, ponte ropa limpia, algo que te haga parecer una mujer y no un espantapájaros. ¡Vamos a salir a dar una vuelta! No, no admito ninguna protesta, –contestó rápidamente Mónica al ver el gesto de negación en su rostro.
Ya había pasado casi un año desde que Damián se había ido y era hora de tomar cartas en el asunto, le había hecho una promesa a su amigo de la infancia, e iba a rescatar a Marina, ella era la señal que él la había prometido.
Marina sentía que estaba traicionando a Damián, aún no estaba preparada para enfrentarse a la vida sin él. No se merecía reír, ni escuchar música, ni tomar una copa, no se merecía nada de eso porque Damián ya nunca iba a poder hacerlo.
–Deja de sentirte culpable por estar viva. Fue un cáncer quien le arrebató la vida a Damián, no fuiste tú. No puedes seguir escondiéndote, a él no le gustaría que lo hicieras. Me pidió que cuidara de ti, que te recordase que desde la estrella, asteroide, cometa o lo que fuese donde estuviese él estaría bien.
Durante unos segundos que parecieron interminables, solamente se escuchaba el ruido de los limpiaparabrisas del coche, afuera estaba lloviendo, una lluvia suave, catártica.

Allí estaba la señal que él prometió enviarle. Mónica tenía razón, pero era muy difícil cerrar la puerta a Damián y abrir nuevas ventanas, aún no estaba preparada.
Con una maniobra eficaz, Mónica estacionó el vehículo frente a un nuevo local, hoy era su inauguración. Conocía al dueño, en la gestoría donde trabajaba llevaba la contabilidad de sus negocios, tenía varios locales de moda, y entre ambos se había creado una gran amistad.
Al acercarse a la entrada, Mónica dio su nombre al portero y las dejaron pasar inmediatamente sin tener que esperar la extensa cola que se había creado en la puerta.
Al entrar, Marina se quedó fascinada, fue como regresar a los queridos años 80 que tanto adoraba Damián, todo aquello era un tributo a la movida madrileña, fotos de grupos como AlasKa y los Pegamoides, Nacha Pop, Los Secretos…y otros tantos.
Sonrió emocionada al ver enmarcados dos de los vinilos preferidos de Damián, uno de La Unión y otro de Gabinete Galigari, los mismos que unas horas antes había desterrado en la maleta.
–Marina, te quiero presentar al culpable de esta decoración tan retro,  cliente de la gestoría y también un gran amigo, Gabriel.
Antes de girarse, ya había sentido su presencia, un fuego recorrió su columna vertebral, dando calor a su cuerpo entumecido, inflamando su piel.
–Encantado, Marina –aquel sonido ronco, grave y masculino la dejó sin palabras, sólo pudo asentir con la cabeza.
Al levantar la vista hacia el dueño de esa sensual voz, se quedó impactada al verse atrapada en sus ojos. Si no fuera porque era totalmente imposible, juraría que aquella mirada era la de Damián. Una mirada que llevaba añorando y evocando día a día, noche a noche, durante aquel último año.
Aquellos iris del color de la plata fundida, relucieron como dos espadas brillantes en la batalla, al clavarse en su mirada. Al mismo tiempo su dueño tomó la mano de Marina entre las suyas para llevársela con delicadeza a los labios, a la vez que susurraba:
–Bienvenida a Syldavia (1)
Marina escuchó con placer el nombre del local, aquel era el título de una de las canciones preferidas de Damián. Sin dejar de perderse en la mirada de Gabriel, tuvo el pleno conocimiento de que él era la persona que le había enviada, la promesa cumplida.   Ya no sentía miedo de enfrentarse a un nuevo día… el sol ya no derretirá sus alas, en cambio, la luna le mostrará el camino a su nuevo destino.
Fin


(1) Syldavia: título de la canción del grupo musicial La Unión incluida en su primer album Mil siluetas publicado en 1984, en plena movida madrileña. Hace referencia a un país imaginario escenario de las aventuras de Tintín.