"BESOS Y ESPINAS"
Se encontraban muy cerca de una de las entradas del Bosque de
Chapultepec, un hermoso e inmenso parque situado en el centro de la ciudad, lo
cual lo convertía en un verdadero pulmón para todos los habitantes de la
capital. En sus alrededores se vislumbraban hermosos lagos, elegantes fuentes y
hasta se podía contemplar un verdadero castillo, que albergaba un museo y un
zoológico en su interior.
Era el lugar ideal para ser visitado por personas de todas las edades, las familias podían disfrutar una maravillosa jornada, todos juntos, y, ahora por la noche, las parejas se refugiaban bajo el amparo de las estrellas para demostrarse su amor.
―¿Por qué has parado? ¿Qué hacemos aquí? ―preguntó Paula confundida y
temerosa.
No quería pasar ni un segundo más junto a él, por hoy ya había sido
suficiente, era una tortura tener que contener sus sentimientos, su cuerpo le
mandaba una señal totalmente diferente a la de su mente y mantener el control
la dejaba sin fuerzas.
Mario abrió la puerta del auto e hizo un gesto de galantería con la mano
invitándola a bajarse, pero ella siguió sentada con los brazos cruzados,
indiferente a su petición.
―No seas tozuda, ¡Por Dios! ―Suspiró desesperado ante su terquedad―. Solo
daremos un pequeño paseo, ambos lo necesitamos y así tendremos la oportunidad
de hablar.
―¡¿Nosotros?! ―puntualizó señalando con su dedo índice primero a él y
luego a ella misma―, no tenemos nada de qué hablar, así que te pido, o mejor
aún, te exijo que me lleves a mi casa ahora mismo.
―Si te quieres quedar ahí toda la noche por mí no hay problema, ¡Yo! si
necesito despejarme. ―Comenzó a andar dándola la espalda, sin impórtale si lo seguía o no.
Paula continuó dentro del coche confiando en que Mario recapacitase y
diese media vuelta para llevarla a su casa, pero él cada vez se alejaba más del
auto. Con un mohín de enfado bajó del coche y comenzó a andar en dirección
opuesta a la vez que gritaba:
―No me hace falta tu ayuda, yo sé arreglármelas sola. ―continuó andando con paso enérgico sin mirar
hacia atrás.
Al mirar de soslayo, vio cómo se alejaba en dirección a la carretera, sin
apenas hacer ruido corrió hacia ella y, al llegar a su lado, puso su mano en su
hombro sobresaltando a Paula que no lo había oído acercarse.
―¡No me toques! ―se quejó separándose de él.
―De acuerdo ―contestó Mario con las manos en alto en señal de paz―.
Hagamos una tregua, durante los próximos quince minutos nada de peleas y nada
de comentarios desagradables… y si, justo cuando marque el minuto dieciséis,
sigues con ganas de darme una tunda o tirarme de cabeza al lago, no pondré
ninguna resistencia, ¿Hay trato?
Las palabras de Mario fueron como un bálsamo entre los dos porque
provocaron la risa de ambos.
―Se te ve tan hermosa cuando te ríes ―expresó mientras la observaba
maravillado.
―Gracias ―susurró incrédula.
Llegó la calma, magnificando ese
momento, sus miradas chocaron con la fuerza de un trueno, gritando en silencio
lo que sus corazones aún no querían confesar en voz alta.
Paula, en un momento de debilidad, sintió la necesidad de refugiarse en
sus brazos y sentir el roce de sus labios en los suyos. Lanzó un largo suspiro,
no podía sucumbir ante sus pensamientos, no estaba dispuesta a dejarse lastimar
otra vez.
―¿Qué quieres de mí? ―preguntó Paula en un arranque de sinceridad.
―No lo sé ―contestó con franqueza―, yo solo… solo quiero conocerte, que
ambos nos conozcamos ―susurró Mario acortando la distancia que los separaba.
―Pero… ¿Para qué…? ¿Por qué?, lo que sabemos el uno del otro es
suficiente ―respondió Paula controlando sus emociones―. Tú eres uno de los
dueños de la tequilera y yo soy…soy una simple empleada ―concluyó con tristeza.
Mario tiró de ella agarrándola de la cintura con delicadeza. Sentir la
presión de su cuerpo musculoso pegado al suyo era una cruel agonía, pero era
maravilloso verse reflejada en su mirada,
sentir el roce del aliento de sus labios, y por mucho que su mente le
gritara que parase aquello, su cuerpo no se movió ni un milímetro de allí.
―Posiblemente tengas razón y no debamos estar aquí ninguno de los dos ―susurraba
suavemente sin dejar de contemplar su bello rostro―.En realidad no sé qué es lo
que quiero, ni lo que me está pasando contigo. ―Su voz se volvió más ardiente―,
lo único que sé es que necesito sentirte cerca. Me he dado cuenta que no te soy
indiferente, ahora mismo noto como estás temblando entre mis brazos.
―Por favor, suéltame ―suplicó Paula intentando zafarse de aquella
deliciosa opresión.
―No, no te voy a soltar ―respondió Mario impendiendo que se
alejara de él.
Paula se sentía cada vez más indefensa entre sus brazos, su corazón latía
cada vez más fuerte desbordado por la emoción de aquel instante. Sus
sentimientos comenzaron a traicionarla, el roce de sus manos en su espalda le
hacían estremecer hasta lo más profundo de su ser.
―¿Tienes frio? ―preguntó con suavidad al sentirla temblar.
―No… no… ―Apenas podía articular palabra.
Sus labios se acercaron con peligrosa lentitud, haciendo que el corazón de Paula latiera desbocado, la boca de
Mario descendió con suavidad hacia su boca apresando sus labios con ternura. Su
primera reacción fue alejarse, pero Mario lo impidió sujetándola con firmeza
por la nuca, sin darle opción a escapar de aquel beso, los labios de Mario
tomaron por completo los de Paula haciéndola sentir tal placer que no pudo
resistirse más y correspondió a su beso. Los dedos de él jugueteaban entre sus
cabellos sugestivamente, mientras que sus cuerpos se fundían con pasión en uno
solo. Aquel beso se volvió más profundo,
muchos más intenso e íntimo. Mario tomó entre sus labios el labio inferior de
Paula jugueteando, acariciándolo con su
lengua, arrancando un suspiro de placer de su garganta.
Un torbellino de sensaciones explotaba dentro de Paula, no podía alejarse
de aquellas ardientes caricias por mucho que su cerebro mandara una advertencia
tras otra, tenía que parar aquello antes de que le causara un dolor
irreparable. Pero la necesidad de sentirse amada… ¿Amada?, pero que
estúpida era al pensar que aquello era amor… solo era deseo, una aventura más,
nada serio.
Aquellos pensamientos hicieron que reaccionase separándose con brusquedad
de Mario.
―Esto no tenía que haber sucedido ―reprochó con la respiración agitada.
―Perdóname, pero no pude resistir el impulso de besarte, no fue mi
intención ofenderte ―declaró Mario afectado―, pero no me negarás que ambos lo
disfrutamos.
―No digas nada más, por favor llévame a mi casa ―suplicó Paula con los
sentimientos a flor de piel.
De camino a su casa ninguno pronunció palabra. Ella iba reprochándose su
comportamiento, lo tonta que había sido por ceder a sus besos, sus caricias,
sabía que esto no la llevaba a ninguna parte, tenía que poner un alto a esta
situación. Había sufrido lo suficiente por amor, no podía permitírselo de
nuevo.
Mario descendió rápidamente del coche para ayudarla a salir, pero ella ya
había descendido, necesitaba poner distancia entre ambos. Al ver el rostro
alterado de Paula, Mario intentó disculparse otra vez, pero ella no lo dejó
hablar.
―Será mejor que olvidemos el incidente del parque. Ha sido algo sin
importancia. Para ti solo ha sido un beso más, uno de tantos, pasar un momento
entretenido, pero sé perfectamente cuál es mi lugar. Esto no debería haber
pasado y será mucho mejor que lo olvidemos, por mi parte ya no lo recuerdo. ―Paula
intentó sonar fría y distante.
Ante la frialdad de sus palabras y su mirada herida Mario optó por
callarse, aquel no era el mejor momento para hablar con ella.
Después de despedirse con extremada cortesía de ella, subió a su
descapotable arrancando el motor con rabia para perderse en la oscuridad de la
noche.
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