“UN GIRO INESPERADO”
Eran las siete
de la tarde, el sol se alzaba en el cielo iluminando con sus rayos las aguas de
Huntigton Beach, al sureste de
California. Las altas olas se aproximaban peligrosamente creando grandes
crestas de espuma, destinadas a morir en la morena y fina arena de la playa.
Lo sorprendente de esta acción innata de la naturaleza no era oír el
estrépito de las olas al levantarse desafiantes, o ver el sol llenando el
inmenso cielo; lo más asombroso era la visión de dos siluetas luchando contra
la propia naturaleza y su única arma eran sus propios cuerpos subidos en una
tabla de surf.
Allí se encontraban desafiando al peligro, luchando por no ser abatidos
en aquel enérgico cabalgar. Se dice que cualquier ola te puede romper el
corazón sino sabes dominarla, no tienes que dudar en ningún momento y confiar
siempre en tus posibilidades, ya que cualquier vestigio de indecisión puede
hacer que pierdas la batalla y ellos lo sabían perfectamente por eso sus
cuerpos musculosos, rebosantes de adrenalina, estaban alertas en cada giro, en
cada salto.
Al llegar a la orilla, ambos tenían en sus apuestos rostros una expresión
de superación y triunfo, sintiéndose vencedores de aquel duelo, pero sabiendo a
ciencia cierta que su contrincante era un rival muy poderoso y que en otra
ocasión podrían ser abatidos.
―¡Ha sido maravilloso! ―exclamó Mario. Sus ojos color miel aún despedían
destellos dorados de excitación y su cabello parecía todavía más rubio al
reflejarse en el los rayos del sol.
―Sí, ha sido genial, pero debes ser más prudente y no tan temerario, esta
última ola casi puede contigo ―lo regañó David, éste, a diferencia de su amigo,
tenía el pelo de color negro azabache igual que sus profundos ojos.
Ambos eran altos y fornidos, Mario algo más corpulento que David. De
hombros anchos y desarrollados por la práctica de todo tipo de deporte desde
muy niños. Mientra se dirigían a la caseta para cambiarse, iban gastándose
bromas de quien había sido más rápido o quien había arriesgado más en aquel
intenso galopar con las olas. Se conocían desde que eran muy pequeños y se
podía apreciar el cariño y respeto que sentían el uno por el otro.
Ya en la caseta, Mario comenzó a bajar la cremallera de su traje de
neopreno dejando al descubierto su torso musculoso, su respiración aún agitada
por la adrenalina que su cuerpo había creado tras disfrutar de aquella atrevida
experiencia. En ese mismo instante sonó su móvil y con un gesto de
contradicción fue a contestarlo, no le hacía gracia que alguien le importunara en
aquel mágico momento.
―Dígame ―contestó escuetamente.
―¡Hijo…! ―Esa voz provocó una chispa de dulzura en su mirada, pero al
mismo tiempo sintió un tremendo escalofrío recorrer su espalda, sabía que algo
sucedía, porque esa maravillosa voz que tantas veces le había dado aliento y
paz sonaba preocupada, algo no marchaba bien.
―Mamá, ¿eres tú?, ¿qué sucede? ―preguntó con temor.
―Hijo. ―Su voz era casi un suspiro, un lamento.
Mario sintió una punzada en el pecho, sintió un miedo atroz, no le cabía
la menor duda de que algo grave estaba sucediendo.
―Mamá, por favor, dime que sucede, me estás asustando.
―Mario, mi tesoro, debes regresar de inmediato a México, tu padre... ―Un
sollozo de dolor se escuchó a través del teléfono, apenas podía articular palabra,
prosiguió a duras penas―, tu padre ha sufrido un infarto esta mañana y se
encuentra muy grave, por favor regresa lo antes posible, te necesito a mi lado.
―¡Mamá!, no... no... ¿Pero cómo ha sido…? no es posible, papá es un
hombre fuerte y sano. ―Mario no podía dar crédito a las palabras de su madre―.
Si... si... no te preocupes, tomaré el primer vuelo. ¿En qué hospital está
ingresado?
―En el Hospital Universitario, aquí estamos Víctor y yo... te quiero hijo
―se despidió Elena conteniendo a duras penas el llanto.
Al colgar el teléfono, Mario se quedó mirando a David, sus ojos color miel
que antes brillaban por la emoción y por el riesgo, ahora estaban brillantes
por las lágrimas que amenazaban con salir a causa del dolor y la desesperación.
―Mario, ¿qué ha sucedido?, por favor cuéntame ―inquirió David muy
preocupado.
―No... no puede ser, mi padre ha sufrido un infarto y está muy grave.
Tengo que salir para México enseguida, mi familia me necesita. Por favor, me
puedes reservar plaza en el primer vuelo.
―Por supuesto, pero te acompaño, no te voy a dejar solo en este momento.
―Gracias, hermano ―contestó Mario aún muy afectado por aquella inesperada
noticia.
Mientras tanto,
en la sala de espera del Hospital Universitario en México D.F, una figura masculina
no dejaba de andar sin rumbo fijo, su rostro desencajado por la angustia y la
preocupación por la salud de su padre. Era un hombre joven, alto, fuerte y
bastante atractivo, vestía un elegante traje color gris oscuro, con camisa
color rosa palo y corbata de diseño a rayas grises.
Sus ojos color miel estaban perdidos en un punto indefinido cuando de
repente escuchó aquella voz tan familiar para él.
―Víctor, cariño, ¿cómo estás?, ¿cómo se encuentra tu padre?
Esa voz la reconocería entre miles, se giró buscando la figura de su
esposa. Estela era una mujer hermosa, elegante, sofisticada con una figura
envidiable, lucía preciosa con aquellos pantalones de lino blanco y ese blusón
en diferentes tonos verdes que dejaba al descubierto uno de sus delicados hombros,
llevaba puestas unas sandalias de tacón alto, lo que acentuaba aún más sus
largas y esbeltas piernas.
―Estela. ―La voz de Víctor sonaba angustiada―, aún no sabemos nada más,
el doctor Castro nos ha dicho que tenemos que esperar cuarenta y ocho horas
para ver como evoluciona su estado.
Ella se acercó y lo abrazó con mucha ternura, le agradaba sentir el
cuerpo musculoso de su esposo junto al suyo mientras se llenaba de su aroma. Se
casó muy enamorada, aún lo estaba, tras dos años de casados, su matrimonio no
estaba pasando uno de sus mejores momentos. Estela deseaba con intensidad tener
hijos, pero Víctor siempre ponía todo tipo de excusas. A pesar de ser todo un
competente hombre de negocios, en lo referente a su vida personal, su marido
era todo lo contrario, siempre prisionero de sus temores, por lo que en los
últimos meses no cesaba de darle evasivas cada vez que sacaba el tema de tener
un bebé: que no era el momento adecuado, que se sentía presionado por el
negocio familiar, que sobre el recaían muchas responsabilidades; todas excusas
y más excusas que terminaban en constantes discusiones, a veces pensaba que a
pesar de todo el amor que sentían, eso no era suficiente para seguir adelante.
Estela movió levemente la cabeza, no quería pensar en eso ahora, sabía
que tendría que luchar por su matrimonio, pero en ese momento ella debía dar
todo su apoyo y permanecer al lado de su esposo.
―¿Dónde está tu madre? ―preguntó suavemente.
Víctor se separó ligeramente de ella y mirándola a los ojos, contestó con
voz burlona que estaba hablando con su hijo preferido.
―Cariño, no digas eso, sabes que tu madre os quiere a ambos por igual. Lo
que pasa, es que Mario y tú sois tan diferentes, tenéis dos formas muy distintas
de ver la vida.
―Ya...ya..., pero es que nunca está cuando se le necesita. ―Las palabras
de Víctor contenían una mezcla de rabia y tristeza.
Mario, su hermano pequeño, un alma libre. A él también le hubiera gustado
ser así, pero al ser el mayor de los dos tuvo que ponerse al frente del negocio
familiar junto con su padre. Nadie le preguntó si era lo que quería, no tuvo otra
opción, mientras que Mario durante los últimos años se había dedicado a
disfrutar de la vida, viviendo a tope, sin responsabilidades, ni preocupaciones
sobre sus hombros.
Muy lejos de la
capital, en la hacienda de los Vargas, en Cueramaro (Guanajuato), todo era
actividad, los peones se encontraban trabajando muy duro en el campo y en la
tequilera. El negocio familiar se había expandido con rapidez en los últimos
años y el tequila Vargas era uno de los más solicitados en el mercado,
comercializándose por todo el estado de México, algunas zonas en EEUU e incluso
ya se estaban gestionando varios contratos en Europa.
Esteban Vargas, hermano menor de Emiliano, era el encargado de la
hacienda y de la producción del tequila. Una persona oscura, llena de
resentimiento hacia su hermano, siempre celoso de él, pensando que la vida era
muy injusta porque su hermano lo tenía todo, un negocio que le había reportado
grandes beneficios, una magnífica situación dentro de la sociedad, pero sobre
todo, tenía al lado una gran mujer como Elena.
Estaba mirando el horizonte revisando el estado de los campos, cuando la
voz de su capataz Antonio le avisó que tenía una llamada urgente de la capital,
montó su caballo y se dirigió hacia su oficina para atenderla.
―Sí, ¿quién habla? ―preguntó Esteban al coger el teléfono.
―Tío Esteban, soy Víctor, ha sucedido algo terrible, mi padre ha sufrido
un infarto y su estado es bastante crítico... ―En los ojos de Esteban apareció
un brillo muy especial, esa era una grata noticia, odiaba a su hermano con todo
su ser, no soportaba que disfrutase de todo, y en cambio él, no tuviera nada,
solo era un empleado más de la hacienda.
―Víctor, mi hermano… ¿Cuándo ha sucedido? ―Intentó que su voz sonase lo
más preocupada posible mientras continuaba la conversación con su sobrino―. Sí...
sí, no te preocupes, en este momento salgo para allá, en un par de horas estoy
allí con vosotros.
Elena Montenegro
de Vargas era una mujer distinguida, elegante y muy hermosa. Pero en ese
momento su rostro reflejaba el cansancio de la noche pasada, rota por el
tormento y la angustia de no saber de Emiliano, el hombre que lo era todo para
ella. Se había casado muy joven, pero muy enamorada. De esa maravillosa relación
habían nacido sus dos tesoros, como ella los llamaba, Víctor y Mario.
Emiliano y ella llevaban treinta y cinco años juntos, su mente no podía
ni se permitía imaginar padecer su pérdida, no estaba preparada para vivir ese
momento y sabía que sus hijos tampoco, ellos adoraban a su padre.
Víctor, el mayor, se parecía tanto a Emiliano, tenían el mismo porte y
elegancia que su padre. Ambos dedicados a la tequilera, pero últimamente estaba
preocupada por él, estaba demasiado inmerso en los negocios y tenía abandonada
a Estela, su esposa. Además, apenas hacían vida social, sus salidas solo
estaban relacionadas con el trabajo y esto estaba afectando a su relación. Le
preocupaba que Estela llegase a cansarse de ese ritmo de vida, porque a pesar
de ser una buena mujer y amar mucho a su hijo, era demasiado joven para
mantenerse encerrada en la mansión. Además, le había confesado el anhelo que
tenía por quedarse embarazada y la negativa de Víctor a dar ese paso. Tendría que
hablar con él sobre ese tema, no le gustaba entrometerse en la vida de sus
hijos, pero tenía que hacerle ver que la llegada de un bebé era una bendición y
no un motivo de preocupación.
En cambio Mario era totalmente opuesto a su hermano, físicamente se
parecían mucho, ambos corpulentos, musculosos, altos y con aquella mirada color
miel herencia de su abuelo materno. Mario tenía la misma sonrisa picarona y
bella de Emiliano, la misma que la enamoró desde el primer momento en que lo
vio. Mario había heredado de su abuelo paterno su forma de ser, vivir la vida
sin ataduras, disfrutando cada segundo, cada aliento. Suspiró con una leve
sonrisa en sus labios pensando en él, la preocupaba que no se tomase las cosas
más en serio, no veía el momento en que sentase cabeza y encontrase a una mujer
que lo hiciera parar aquel ritmo frenético.
Paula estaba
atendiendo el teléfono en las oficinas de la tequilera, en la capital. Desde
que se había difundido la noticia de lo sucedido al señor Emiliano, el teléfono
no cesaba de sonar, la mañana estaba siendo un completo caos.
―Rebeca, por favor, no me pases más llamadas ya no puedo más. Me voy a
marchar al hospital para ver cómo sigue el señor Emiliano.
―No te preocupes Paula, yo me quedo un ratito más y atiendo cualquier
llamada que entre, márchate tranquila.
Paula se levantó mientras recogía su bolso, se miró en el espejo que
había en su despacho e hizo un gesto indefinido al ver su imagen reflejada en el.
Su traje de chaqueta de corte serio estaba impoluto, el cabello recogido en un
aburrido moño, el rostro apenas maquillado y sus grandes ojos marrones
escondidos detrás de aquellas horrorosas lentes, la barrera que había
interpuesto entre la verdadera Paula y el mundo exterior. No quería volver a
sufrir… no podía permitir que volvieran a herirla, ya le habían hecho demasiado
daño… suspiró, a la vez que alejó aquellos recuerdos que la perseguían desde
hacía tanto tiempo.
Al llegar al hospital vio a la señora Elena muy abatida, frágil e indefensa,
todo lo contrario a como era ella, tan enérgica y dinámica. Se acercó
lentamente, pensado en el gran cariño que había tomado a la familia Vargas en
ese último año, sobre todo al señor Emiliano que la trataba como si fuera una
más de la familia.
Ambos congeniaron desde el minuto cero de su entrevista, su mirada le dio
la paz que ella iba buscando, y aquella sonrisa mitad picarona y mitad paternal
llenó de calor su sombrío corazón. El no dudó un segundo al ofrecerle el
trabajo a pesar de su juventud, por lo que de la noche a la mañana estaba ocupando
el puesto de secretaria de dirección de una de las empresas más importantes del
sector tequilero de México, la tierra que la había visto nacer y a la que había
regresado buscando refugio para sus
fantasmas.
―Señora Elena, ¿qué tal se encuentra?, se ve agotada. ¿Hay noticias
nuevas del señor Emiliano? ―La
preocupación de Paula era sincera.
―¡Ay Paula!, hija mía, estoy destrozada... si algo le llega a suceder a
mi esposo, yo no... ―La voz de Elena se quebró por el dolor.
Paula se abrazó a ella consolándola, sabía que el aprecio y respeto eran
mutuos. Elena, al igual que su marido, adoraba a Paula y sabía que era una
muchacha muy responsable y sensata.
―No, no piense eso, vamos a tener fe y ya verá cómo se va a recuperar.
―Hija, Dios te oiga, no dejo de rezar pidiéndoselo.
Paula estaba arrodillada delante de Elena, cuando de repente vio como sus
ojos se iluminaron y una breve sonrisa asomó en su rostro, se dio media vuelta
para ver qué o quién era el responsable de aquel cambio en su semblante y se encontró
con la visión del hombre más atractivo que jamás había visto.
A duras penas se incorporó, sus piernas parecían no pertenecer a su
cuerpo y no querían responderle. Sintió su calor y su esencia cuando esa
espectacular presencia abrazó fuertemente a la señora Elena mientras preguntaba
con una voz profunda y ronca por la emoción:
―¿Cómo está la madre más hermosa del universo?
Inmediatamente se dio cuenta de que se trataba de Mario, el hijo menor de
los señores Vargas, ahora lo reconocía por las fotos que había de él en el
despacho del señor Emiliano. Siempre que miraba su foto pensaba que era un
hombre bastante apuesto, pero lo que no podía imaginar, era que al tenerlo así,
tan cerca, iba a dejarla tan impactada, sentía como su corazón latía desenfrenado.
La visión de aquel abrazo, ver como el menor de los Vargas acariciaba con
tanta delicadeza el cabello de su madre mientras ella rozaba el rostro a su
hijo con tanto amor, hizo que despertasen un sinfín de emociones dentro de
Paula.
―Mi tesoro, tu padre está muy mal, no nos dan muchas esperanzas. ―Las
lágrimas contenidas en las últimas horas corrían ahora por el rostro de Elena.
―Mamá, no te preocupes, vas a ver como papá sale de esta, es un hombre
muy fuerte. ―Intentaba que su voz sonase lo más tranquilizadora posible a pesar
de sentirse totalmente desolado, pero no podía demostrárselo a su madre.
En ese momento llegó Víctor acompañado de Estela, ambos habían salido a
tomar un café, y éste al ver a su hermano abrazado a su madre hizo un gesto de
desagrado, siempre había sentido celos por aquel vínculo que los unía, a pesar
de que su madre adoraba a ambos, era consciente de que en mucho aspectos Mario
era su favorito.
―¡Mi querido hermanito está aquí! ―exclamó irónicamente. ―Pensaba que
estabas escalando el Himalaya o haciendo una travesía por el Polo Norte.
―Víctor… por favor. ―Estela comenzó a protestar.
―Déjalo cuñadita, él tan cariñoso como siempre. Yo también me alegro de
verte hermanito ―contestó Mario con una sonrisa irónica―.¿No me vas a saludar?
―preguntó Mario a Estela con una atractiva sonrisa.
―Como no te voy a saludar sinvergüenza, si sabes que eres mi cuñado
preferido ―dijo bromeando Estela.
―¿Tu preferido? Si soy el único que tienes ―respondió mientras la
abrazaba y besaba cariñosamente.
Mario se separó de su cuñada y se dirigió hacia su hermano, a pesar de
todas esas rencillas y sus constantes choques el cariño que sentían el uno por
el otro estaba latente, por lo que se fundieron en un emotivo abrazo. Elena y
Estela los miraron emocionadas.
―Víctor, ¿Han dicho algo nuevo los doctores sobre la salud de papá? ―preguntó
preocupado por la situación que todos estaban viviendo en esos momentos.
―No, aún no sabemos nada nuevo. Estamos esperando que salgan a darnos un
nuevo informe, en el último nos informaron que su estado era muy delicado. Tuvieron
que operar de urgencia y ponerle una válvula, la cual esperan sea compatible
con su organismo y que éste no la rechace. ―Lanzó un suspiro desolador cuando
terminó de hablar.
En ese momento Víctor se dio cuenta de la presencia de Paula, la cual se
había alejado de ellos para darles privacidad a su encuentro.
―Buenas tardes, Paula ―saludó al acercarse a ella―. No tenías que haberte
molestado en venir al hospital.
―Sabes que no es ninguna molestia, necesitaba saber cómo sigue tu padre, en
la oficina todos estamos muy preocupados por él.
―Sí, lo sé, y agradezco tú visita ―contestó
Víctor―. ¿Qué tal todo por la oficina? ―preguntó inquieto por el revuelo que se
debería haber montado por lo sucedido.
―Todo bien, no te preocupes.
Hemos recibido numerosas llamadas preocupándose por el señor Emiliano, pero no
he querido alarmar a nadie sobre su estado. Referente a la reunión que teníamos
mañana con los señores Ibarra y Guzmán la he pasado para la próxima semana, si
no te parece mal...
―No, no… has hecho lo correcto, en estos momentos no tengo cabeza para
nada, gracias por todo ―respondió Víctor.
―Bueno… yo ya me marcho, pero por favor no dudes en llamarme… por favor,
cualquier cosa que necesitéis ―señaló con sinceridad.
―Paula, gracias por todo, ya has hecho demasiado por hoy ocupándote de
todo tú sola. Mejor vete a casa y descansa. ―Se despidió de ella con afecto,
cubriendo sus manos con las suyas.
―Hola, Paula ―saludó Estela al acercarse a ellos.
―Hola, Estela, ¿cómo te encuentras?
―Triste, todos estamos muy tristes viviendo estos momentos ―contestó.
―Tenemos que ser positivos, ya verás que pronto tendremos al señor
Emiliano de vuelta en la oficina con la misma energía de siempre.
―Eso esperamos, y que todo esto se quedé en un enorme susto ―confesó
Estela.
―Voy a despedirme de tu madre ―comentó dirigiéndose a Víctor―. Por favor
llámame si hay alguna novedad.
―Vete tranquila ―asintió Víctor.
Mario y Elena seguían hablando emocionados, continuaban brazados; sentir
la veneración de aquel hijo por su madre fue más de lo que Paula podía aguantar
en ese momento. Sus piernas temblaban
como gelatina, se regañó a si misma por sentirse así, no podía dejar que nadie
notase que la presencia del menor de los Vargas la había afectado mucho más de
lo que ella hubiera imaginado.
―Perdón, señora Elena, ya me marcho. ―Intentó que su voz fuese totalmente
neutra, exenta de cualquier matiz―. Por favor, llámenme si se les ofrece
cualquier cosa. ―Sentía un extraño calor
por su cuerpo al sentir la presencia de Mario tan cerca de ella, además, era
consciente de que la estaba mirando en ese momento y preguntándose quién era.
―Gracias mi niña, tu siempre tan atenta.
―Pero mamá, no nos vas a presentar ―interrumpió Mario.
―Perdón hijo, no me había dado cuenta. Ella es Paula Ribera, la
secretaria de tu padre.
―Encantando Paula, yo soy Mario Vargas, el hijo perdido de esta familia ―la
saludó con una hermosa sonrisa marcada en su rostro.
El roce de piel con piel mandó un inesperado calor sobre el cuerpo de
Paula que llegó sin preaviso, tomándola por sorpresa y haciéndola agitarse. Tuvo
que hacer un gran esfuerzo para que aquellas inesperadas emociones no se
reflejaran en su rostro.
―Encantada, señor Vargas ―contestó cortésmente.
―Por favor, tutéame ―le pidió Mario―. Creo que ambos somos casi de la
misma edad. Perdón, no es que quiera que me digas tu edad, ya sé que eso no os gusta
a las mujeres ―se disculpó rápidamente al ver el rostro sorprendido de Paula.
Mientras
conducía camino a su casa Paula reconoció que Mario tenía razón, él era un año
mayor que ella, su padre se lo había confesado en una ocasión en la que le
contó con orgullo todos los lugares que había visitado su hijo menor.
Volvió a sentir esa agitación al recordarlo, su mirada tan intensa, esa
sonrisa incitante dibujada en esos labios tan sugerentes, ¿pero qué estaba
haciendo?, era una estúpida por estar pensando en él de esa forma, hizo un
gesto con su cabeza queriendo alejar todos esos pensamientos.
―Elena, querida,
cómo se encuentra mi hermano. ―La preocupación de Esteban parecía sincera
cuando saludó a su cuñada.
―¡Ay, Esteban!, gracias por venir. Aún no nos han dicho nada nuevo, me
estoy volviendo loca, necesito saber que está pasando con Emiliano.
―Hola, tío Esteban, tú como siempre tan preocupado por mi padre ―saludó
Mario con un tono mitad burla mitad reproche. Siempre había sentido recelo
hacia su tío, no le inspiraba confianza.
―Hola sobrino, veo que te has dignado a estar cerca de tu madre en estos
momentos ―contestó mordazmente, el sentimiento de rechazo era mutuo entre
ambos.
En ese instante apareció el Dr. Castro para hablar con ellos y por su
semblante se podía adivinar que no traía buenas noticias.
―Siento deciros esto, pero Emiliano ha vuelto a sufrir otra crisis y no
creo que la pueda superar. En este momento se encuentra consciente y quiere
hablar con vosotros ―dijo dirigiéndose a Víctor y Mario―, y luego quiere verte
a ti Elena. Por favor, ser prudentes, no debe agotarse.
Al oír las palabras del doctor, Víctor y Mario se miraron, sus rostros
reflejaban el mismo dolor y la misma preocupación, ninguno de los dos quería
expresar en voz alta lo que estaban pensando.
―Hijos, ¡mis tesoros!, por favor, ir a ver a vuestro padre, ahora nos necesita más que nunca. ―Las
palabras de Elena fueron un susurro apenas perceptible.