Mario no dejaba de recordar las palabras de su padre en su lecho de muerte...encuentra una mujer que sea tu complemento, tu cómplice, tu confidente... ¿encontraría a aquella mujer? |
Tengo muchas historias paseando por mi cabeza. A veces, es difícil, mantenerlas a raya; por lo que las iré presentando en este rincón.
martes, 11 de junio de 2013
domingo, 14 de abril de 2013
NO SE VIVIR SIN TI... CAPITULO 3
“LA VIDA CONTINUA”
Estela también
decidió retirarse, además de estar agotada por los últimos acontecimientos, se había dado cuenta que su marido quería hablar con su tío sobre
la hacienda y los negocios, conversación que no estaba dispuesta a escuchar.
Se despidió de Esteban, éste salía al día siguiente, muy temprano, de
vuelta a la hacienda. Le hizo un gesto a Mario con la mano, lanzándole un beso
de buenas noches que éste recogió graciosamente y depositó en su mejilla, a la
vez que le guiñaba un ojo como muestra de su complicidad. Y es que ambos
disfrutaban realmente con sus pequeñas bromas.
Muchas veces, Estela había deseado en silencio que Víctor fuera más
parecido a su hermano y no tan serio, tan cerrado que incluso se volvía
insoportable estar junto a él. Pero en la intimidad era tan distinto, sonrió
pícaramente por ese pensamiento, y es que esos momentos era… eran gloriosos. No pudo remediar
depositar un cariñoso beso en los labios de su esposo mientras le susurraba que
no se demorase. Víctor la miró mitad sorprendido, mitad irritado, ese tipo de
demostraciones en público no eran de su gusto. Estela puso los ojos en blanco
reprimiendo soltar una carcajada, se veía tan atractivo enojado, que le encantaba hacerlo rabiar.
Víctor y Esteban estaban inmersos en su conversación sobre la hacienda,
los pedidos, la producción y los plazos de entrega, mientras, en silencio,
Mario los observaba sin pronunciar palabra disfrutando de un gran tequila añejo
en pequeños sorbos.
―¿Qué te dijo nuestro padre cuando te quedaste a solas con él en el
hospital? ―preguntó Víctor inesperadamente.
Mario miró sorprendido a su hermano, no esperaba esa pregunta en ese
momento y menos delante de su tío. Sabía su hermano estaba muy dolido de esa
conversación en privado que tuvo con su padre, su necesidad de tener todo
controlado, de saber todo, le producía inseguridad, pero ahora no era el lugar
ni el momento adecuado por lo que decidió decirle parte de esa conversación,
por supuesto, no la más importante.
―¡Ah! ―Intentó que su voz sonase despreocupada―. Que te hiciera caso en
todo, que fuera un buen alumno tuyo y, sobre todo, que sentase cabeza y formara
una familia ―respondió Mario sin dejar de mirar fijamente a su tío al que había
visto palidecer al escuchar las palabras de Víctor.
Escuchar que Emiliano había hablado a solas con Mario antes de morir, le
hizo ponerse nervioso, temía que le hubiera contado la última discusión que
tuvieron por teléfono. Su hermano sospechaba que algo estaba pasando en la
tequilera porque los últimos informes eran contrarios, los datos de la cosecha
no se ajustaban con los de la producción. Tenía que ser muy cauteloso, Mario era más perspicaz que Víctor, y menos
manejable que su sobrino mayor.
―¡Que iluso de su parte por creer que aún existen los milagros! ―contestó
Esteban con ironía.
Víctor no contestó nada, aún estaba muy molesto, y Mario optó por
encogerse de hombros y mostrar una sonrisa burlona. Tras unos minutos de charla
inocua, se despidieron y cada uno se retiró a sus respectivos dormitorios.
Al entrar en su habitación Mario recordó las palabras de su padre: Hijo, protégelos de cualquier peligro,
estaba casi seguro que se refería a su tío Esteban, tendría alerta, pero con
discreción para no levantar ninguna sospecha. Intuía que algo estaba tramando,
su mirada, fría y calculadora lo denunciaba y él iba a averiguarlo.
Mientras se quitaba su camisa sin prisa, repasó las palabras de su padre
sobre Paula: “apóyate en ella, será un
buen bastón para ti”, ese comentario revelaba la confianza que había
depositado en ella. Ya tumbado en la cama sólo con un pantalón de pijama azul marino
de Calvin Klein, continuó sumergido en sus pensamientos, en la última
conversación que mantuvo con su padre. Nunca se había inmiscuido en su vida
privada, y por eso su petición lo había dejado aturdido y desconcertado…”encuentra una mujer que sea tu
complemento, tu cómplice, tu confidente… no te ciegues por la belleza exterior,
es mucho más importante el alma de una persona, sus sentimientos”…
De repente le vino la imagen de Paula, eran imaginaciones suyas o su
padre le estaba hablando de ella, soltó un gemido, se estaba volviendo
rematadamente loco pensando esas tonterías. Pero inmediatamente se sintió
molesto al recordar cómo le lanzó aquella pregunta, no comprendía que fue lo
que lo impulsó a ser tan descortés, dejándola tan desconcertada. Era
incomprensible que una mujer joven usase ese tipo ropa, tan sobria y recatada.
¿Por qué?, se preguntaba… cuando las chicas de hoy en día estaban encantadas
por mostrar sus encantos. ¿Y esas horrendas lentes que usaba?, hasta un ciego
le diría que no las usase… deslucían totalmente su aspecto. Estaba casi seguro
que sin ellas se vería hermosa.
―¡Estoy loco de remate! ―Suspiró en voz alta―. Que hago yo pensado en
Paula, para nada es mi tipo, ni quitándose esas gafas
aterradoras o mostrando su esplendoroso cabello suelto…―. ¿Qué neurona se te ha
fundido, Mario? ―se gritó en voz alta. Tenía que alejar todos esos
pensamientos, en estos momentos tenía que dedicar todas sus energías a su
familia, a la tequilera, al futuro… a… a… ya no pudo continuar porque su cuerpo
se sumergió en un profundo sueño.
Después de la tormenta llega la calma, pensó Paula. Un sol brillante
lucía sobre un cielo azul despejado de nubes, y una ligera brisa templada
conseguía que llegase en convertirlo en el día perfecto. Paula saludó a Felipe,
éste era el conserje donde se encontraban las oficinas de Tequila Vargas. Como
todas las mañanas la entregó los periódicos y la acompañó hasta el ascensor.
―Buenos días, señorita Paula. ¿Cómo se encuentra esta mañana?
―Buenos días, ¿qué sucede Felipe? ―preguntó al ver su rostro abatido.
―Aún no me hago a la idea de no volver a ver al señor Emiliano ―respondió afligido.
―Creo que nos va llevar tiempo reponernos de su pérdida ―comentó tristemente
mientras se cerraban las puertas del ascensor y agitaba su mano a modo de
despedida.
Siempre llegaba muy pronto a la oficina, le gustaba servirse un café muy
cargado mientras ojeaba la prensa, así se mantenía informada de lo que sucedía.
Pero también, porque era un hábito que le habían inculcado sus tíos. Todos los
fines de semana se reunían los tres en el desayuno mientras leían los
periódicos y comentaban los sucesos de actualidad que ocurrían en el mundo. Añoraba
aquellas mañanas, esas tertulias interminables. Los echaba tanto de menos, pero
ya no podía dar marcha atrás, había decidido regresar a México y de momento no
estaba en sus planes volver a Madrid, aún dolían demasiado los recuerdos, las
heridas seguían abiertas.
Al entrar en la oficina se sorprendió al escuchar voces que provenían del
despacho de Víctor, puso atención para intentar reconocerlas y fue entonces
cuando se dio cuenta que eran Víctor y Mario, ambos estaban discutiendo.
―Sé que ha sido decisión de nuestro padre que ambos llevemos la tequilera
juntos, pero no es justo… a ti… a ti lo único que se te da bien es montarte en
tu tabla de surf o ir de fiesta en fiesta ―lanzaba irritado Víctor a su
hermano. No comprendía porque su padre había tomado aquella determinación y eso
lo tenía algo desquiciado y alterado.
―Víctor, yo tampoco estoy de acuerdo con… con todo esto. ―Mario hizo un
gesto con sus fuertes brazos señalando las oficinas―. Pero nos guste o no,
vamos a tener que pasar el próximo año trabajando codo con codo, y por el bien
de los dos y de la empresa, creo que es mejor que llevemos la fiesta en paz y
que nuestra relación laboral sea lo más amistosa posible, de la personal de momento
ni hablamos ―comentó con una ligera sonrisa en los labios—. Pero te prometo
solemnemente. —Mario levantó su mano derecha como si fuera a declarar delante
de un tribunal—. Que el lunes llegaré pronto como un escolar en su primer día
de clase.
—De acuerdo —contestó Víctor con resignación—. Voy a ver como organizo
este fin de semana para ubicarnos todos, más tarde hablaré con Paula para que
me ayude. Si no tienes ningún inconveniente ocuparé el despacho de papá y a ti…
—Lanzó un suspiro de desesperación al ver el rostro de su hermano sonreír, por
qué tenía que tomarse todo a la ligera… ¡ufff…! —, bueno, ya veré donde te
ubico.
—Donde usted mande, jefe.
—Sin bromas —gruñó Víctor molesto.
Al principio, Paula se preocupó al escuchar sus voces, pero al ver que el
tono de su conversación se volvió más distendido terminó por relajarse.
—¡Uy! Pero que contenta te veo esta mañana, será porque ya es viernes, ay
no me digas, ¿tienes una cita esta noche con un hombre? —preguntó Rebeca
entrando como un torbellino en la oficina.
—Buenos días —contestó Paula algo confusa—. ¡Deja esas estupideces y
pongámonos a trabajar!
―¡Negrera!, pero primero un cafetito, ¿te sirvo uno?
―Vale, pero rápido que hay muchas cosas que hacer hoy.
Rebeca se fue a por los cafés al office,
protestando como siempre del maltrato laboral y la esclavitud, aquella retahíla
logró arrancar una sonrisa a Paula.
En ese mismo instante se abrió la puerta del despacho del señor Emiliano,
el primero en salir fue Mario quedándose sorprendido al verla sonreír de
aquella forma tan atractiva. Paula se quedó muda al verle parado delante de
ella, se veía tan atractivo vestido de ese manera tan informal, con unos jeans
desgastados que se ajustaban a sus musculosas piernas y una camisa color
celeste que resaltaba aún más el bronceado de su piel. Víctor salió detrás de él,
vestía traje azul marino y la camisa del
mismo color que la de su hermano, sin
corbata, los dos botones desabrochados
dejaban ver su pecho bronceado. Realmente la presencia de esos dos hombres era
un regalo para la vista de cualquier mujer, cada uno con su estilo y
personalidad propia, con esas miradas color miel que podrían paralizar el pulso
de cualquier fémina.
―Buenos días, Paula ―saludó formalmente Víctor al verla―. ¿Puedes pasar
más tarde al despacho de mi pa… ―La voz de Víctor se cortó por el recuerdo.
―Por supuesto ―contestó Paula.
Víctor regresó al despacho después de despedirse de su hermano. Mario no
había dejado de mirar a Paula, y ésta comenzaba a sentirse incomoda, sintió
alivio al escuchar los pasos de Rebeca que se acercaba por el pasillo de vuelta
con los cafés.
―¡Paula! ¡Aquí tu esclava llega con dos deliciosos cafés muy cargaditos
como a ti te gus… ¡Santo Dios! ¡Gracias! ¡Gracias!, por fin has contestado a
mis oraciones. ―Rebeca estaba fascinada con la presencia de Mario.
―Pero amiga mía no me vas a presentar a este bombonazo ―pidió Rebeca a Paula.
Mario comenzó a reír a carcajadas por las palabras de Rebeca, viéndose
aún más atractivo si eso fuera posible.
―Por supuesto. Él es el señor Mario Vargas ―enfatizó cada
palabra.
Al escuchar el nombre del bombonazo,
el rostro de Rebeca pasó por toda la gama de colores, y lo más increíble en
ella era que se quedó muda por la sorpresa.
―¿Y tú eres? ―preguntó Mario con una sonrisa cautivadora y encantado con
la situación.
―Soy, soy… Rebeca Fernández, ocupo el puesto de recepcionista en la
empresa… bu… bueeno en su empresa. Perdone por lo de antes, pero yo no… no
sabía…pero estoy…encantada de conocerle y aprovecho pa… para darle el pésame
por la pérdida de su padre. ―Estaba tan nerviosa que no podía pronunciar una
frase sin tartamudear.
―Gracias, y no tengo nada que perdonarte. Pero por favor llámame Mario,
no me gustan los formalismos, además para tu información voy a ser uno más en
esta oficina por lo que espero contar con tu ayuda.
―¡Lo que me pidas! ¡Santo Dios!
Mario volvió a reír con las palabras de Rebeca.
―Creo que nos vamos a llevar muy bien. Bueno, me marcho, tengo que tomar
un vuelo a San Diego. ¡Chicas, nos vemos el lunes! ―se despidió de ellas con un
guiño, ese gesto suyo tan mortal para la especie femenina.
Cuando pasó al lado de Paula no dejó de mirarla fijamente a los ojos sin
dejar de sonreír, su leve roce hizo que a Paula se le estremeciese hasta la
última fibra de su ser, sintiendo un gran sofoco, el cual intentó apagar de
inmediato antes de que Rebeca se diera cuenta de su estado.
―¡Guauuuu! Me acabo de derretir completita. ¡Santo Dios!, mira que el
señor Víctor es atractivo, pero… peroooo su hermano es lo que le sigue. Y tú
tan tranquila, parece que tienes agua en las venas ―la regañó sin darse cuenta
de su pelea interior.
―Deja ya de decir tanta tontería y pongámonos a trabajar ―la reprendió
Paula. Se alegraba de que Rebeca no se hubiera dado cuenta de su perturbación
ante la presencia de Mario.
―¡Aguafiestas!, ya voy… ¡Santo Dios! Y ahora como me voy a concentrar ―exclamó
Rebeca poniendo los ojos en blanco con un gesto divertido en su rostro.
Paula se dirigió al que fue el despacho del señor Emiliano, donde Víctor
la esperaba. Al verla entrar le hizo un gesto con la mano para que tomase
asiento, estaba hablando por teléfono con su tío Esteban, su gesto revelaba estar muy contrariado con la
conversación.
―Sí, pero no podemos permitirnos perder a ningún cliente en estos momentos,
se lo debo a mi padre… estamos retrasados
con las entregas… ok, perfecto… necesito que me envíes un informe
detallado… la próxima semana iré a la hacienda… claro que es necesario, yo
mismo tengo que hablar con los peones y explicarles que todo va a continuar
exactamente igual que antes… sí, sí, te aviso… nos vemos. ―Víctor colgó el
teléfono, su cara reflejaba preocupación, realmente estaba asustado, sus
clientes eran fieles a su padre y ahora toda la responsabilidad recaía sobre
él.
Miró fijamente a Paula que esperaba en silencio frente a él
―Víctor, si estas ocupado… puedo regresar en otro momento.
―Perdona, tengo demasiadas cosas en la cabeza. Estos últimos días han
sido demasiado difíciles. ―Su voz comenzó a quebrarse, pero inmediatamente
recuperó el control―. Paula, voy a tener
que realizar algunos cambios en la empresa ―soltó sin más preámbulos y sin
dejar de mirarla atentamente.
Por unos instantes se quedó muda, sin pronunciar palabra. Tampoco sabía
que decir, no esperaba que la despidiesen, adoraba su trabajo, éste había sido
su mejor terapia desde que había regresado a México. Fue el principal remedio
para curar sus heridas, aunque algunas aún estaban sin cicatrizar a pesar del
paso del tiempo.
―La última voluntad de mi padre… ―Las palabras de Víctor cortaron de
golpe los pensamientos de Paula―, es que mi hermano y yo compartamos la
dirección de la empresa durante el próximo año. Aun no comprendo su decisión, a
mi hermano no le gusta estar quieto en un mismo lugar durante mucho tiempo, le
gusta vivir sin cargas ni compromisos.
Paula no escuchaba la voz de Víctor, únicamente lo veía gesticular muy
alterado. Ella seguía colgada en las últimas palabras de Víctor… la última
voluntad de su padre… un año… la empresa… su pulso latía desbocado al ser
consciente que los próximos 365 días ambos iban a respirar el mismo aire, pasar
tiempo juntos, sentir su calor cerca de
ella. Cómo iba a vivir a partir de ahora, disimulando que su presencia no le
afectaba… cómo iba a silenciar a su alma… cómo… pero que estúpida estaba
siendo, allí pensando en sus sentimientos por Mario cuando aún no tenía la
certeza de continuaría trabajando en la empresa.
Y lo más triste de todo es que era totalmente imposible que Mario se
fijase en ella, en esa sombría mujer en la que se había convertido, la misma que
ella había creado un año y medio atrás. Su objetivo había sido ser invisible
para todos los hombres… pero ahora… ¡que tonterías estaba pensando!, sacudió la
cabeza para alejar todos esos absurdos pensamientos.
―¿Paula? ¿Está todo bien? ―preguntó Víctor preocupado al ver la expresión
de angustia en su rostro.
―Yo… eh… sí, estoy bien. ―Soltó todo el aire retenido en sus pulmones―. Pero
no te preocupes, entiendo que no sea necesario que yo continúe trabajando…
―¡Bobadas! Perdón si eso te he
hecho pensar eso. Todo lo contrario, te necesito más que nunca. ―Eran sus oídos
que la engañaban, o la voz de Víctor se escuchaba con un ligero tono de
desesperación―. La única que puede hacer que todo esto funcione. ―Víctor abrió
los brazos con un gesto de impotencia―. Esa eres tú. Necesito que te encargues de mi hermano, que
lo pongas al corriente del funcionamiento de la empresa, yo no podría hacerlo,
puede con mi paciencia. Necesito que tú estés aquí para tener todo controlado,
por lo que te suplico que no rechaces tu nuevo puesto de adjunto de dirección.
―Pero… pero yo… yo no… no sé qué decir, me siento agradecida por esta
oportunidad…
―Aún no me agradezcas nada, no te haces idea de lo que es estar cerca de
mi hermano ―comentó lanzando un gran suspiro.
No, no lo sabía, pero comenzaba a intuirlo. De lo que si estaba segura,
era que su tranquilidad durante el próximo año iba a estar en juego, cada día
iba a ser como echar un pulso a sus sentimientos.
Víctor prosiguió deteniendo sus alterados pensamientos.
―He estado revisando el correo, tenemos muchas quejas por el retraso de
las entregas y eso me tiene muy preocupado, porque ahora más que nunca debemos
cumplir con todos nuestros compromisos.
―A tu padre también le preocupaba ese tema, lo escuché discutir con tu
tío porque no se estaban respetando los plazos de entrega estipulados.
―Por eso mismo la próxima semana viajo a la hacienda, necesito descubrir
cuál es el problema y solucionarlo. ¡Ah! ¿Sabemos algo de Sergio? ¿Cómo le va
por Madrid?
―Hablé con él hace un par de días y todo marcha según lo programado.
―Me alegro, por lo menos tenemos una buena noticia.
Mario iba de camino
al aeropuerto, había quedado allí con David. Regresaba para recoger sus cosas,
no podría traerse todo de golpe, pero reuniría lo más importante.
―¡Padre, en que lío me has metido! ―soltó en voz alta. Pero tenía que reconocer
que se alegraba de quedarse en casa, cerca de su familia. También estaba feliz
porque su amigo también se iba a quedar durante una temporada a vivir en
México, su tío le había ofrecido un puesto en su empresa y éste había aceptado.
Estaban ya cerrando el vuelo cuando llegó al mostrador de facturación,
David lo esperaba con cara de pocos
amigos.
―¿Cuándo cambiarás?, estamos a punto de perder el vuelo y tú llegas tan
tranquilo.
―No es mi culpa, ha sido mi
hermanito mayor que me ha entretenido con su sermón.
―Vamos que San Diego nos espera ―instó David con una pícara sonrisa,
mientras ambos corrían por el pasillo para no perder el vuelo.
El fin de semana
transcurrió sin ningún sobresalto para Paula, aún se sentía algo triste después
de recibir la llamada de sus tíos. Llevaba casi dos años sin verlos y los
necesitaba tanto a su lado. No había hecho amistad con nadie, a excepción de
Rebeca y Sergio, pero ellos eran sus compañeros de trabajo, alguna vez había
salido a cenar con ellos, pero no había tenido ninguna cita, ningún amigo
especial.
Su vida era aburrida, simple y monótona. Pero así era como ella quería
que fuese, después de lo sucedido en Madrid, no estaba preparada para que otro
hombre se burlase de ella, ¡maldito Daniel!, cuánto daño le había causado y
todo por… lo mejor era dejar de pensar en el pasado.
Llenó su tiempo arreglando su piso, le gustaba que todo estuviera
ordenado e impecable. Cuando terminó echó un vistazo y sonrió complacida al ver
el resultado, era pequeño pero muy acogedor, pero lo más importante era que
reflejaba a la verdadera Paula, a esa mujer joven, alegre y moderna de hacia
un tiempo y no a la actual Paula, desconfiada y temerosa de mostrar
su verdadero yo.
En la mansión de
los Vargas, Estela estaba recostada en una de las tumbonas del jardín junto a
la piscina, le encantaba tomar el sol
mientras contemplaba a su marido nadar. A Víctor le gustaba cuidarse y estar en
forma, por lo que hacía mucho ejercicio, incluso mandó montar un pequeño
gimnasio en una de las habitaciones de la casa.
Entrecerró los ojos tras sus gafas Dolce
Gabanna de acetato con flores en tonos rosas a juego con su traje de baño,
mientras sus labios confirmaban con un divertido mohín que estaba disfrutado
ahora mismo con la visión de Víctor saliendo de la piscina. Su duro y atlético
cuerpo mojado brillaba al sol, acentuando aún más su atractivo. Al admirar sus
fuertes brazos, pensó en lo que disfrutaba al quedarse dormida acurrucada entre
ellos; se sentía protegida y segura. Pero últimamente apenas había intimidad
entre ambos, no estaban pasando su mejor momento, ella quería tener un hijo,
pero Víctor se negaba rotundamente poniendo excusas tontas… que aún era
demasiado pronto, que llevaban poco tiempo casados, pero ya no quería esperar más, después de dos años de matrimonio estaba
aburrida, no tenía nada que hacer o de quien ocuparse. Lanzó un suspiro de
resignación, confiaba que Víctor finalmente cambiase de opinión.
En ese momento llegó María para avisarle que la señorita Virginia había
llegado de visita y que la estaba esperando en el salón.
Víctor la miró contrariado, desde que la conoció no le había simpatizado,
era demasiado frívola y provocativa, pero nunca se oponía a su presencia, sabía
de la amistad que le profesaba su mujer, aunque sospechaba que esta no era
recíproca por parte de Virginia.
―María avisa a mi suegra que tenemos visita y por favor ofrécele algo de
tomar mientras me cambio.
―Por supuesto señora, ahora mismo aviso a la señora Elena.
Virginia lucía un ceñido vestido color azul turquesa que resaltaba su
piel bronceada y el azul de sus ojos. Era salvajemente atractiva y era
consciente de ello, le complacía ver como los hombres caían rendidos a sus pies. Sus padres siempre la regañaban por
sus frecuentes y escandalosas salidas, por no estar aún comprometida, pero en lo
único que pensaba era en divertirse.
Les ofreció sus condolencias por la pérdida del señor Emiliano y también
les ofreció disculpas en nombre de su familia por no haber estado presentes en
su funeral, esos días estuvo fuera de la ciudad, acompañando a su padre en un
viaje de negocios relacionado con los asuntos del banco que dirigía y del que
también era socio. Víctor se acercó un instante a saludarla, ésta al verlo
llegar se levantó y le plantó un beso muy cerca de la comisura de los labios,
lo que hizo que se pusiera muy tenso, aquellas bromas de niña mimada no iban
con él. Al ver que Estela no se había dado cuenta del detalle de su amiga,
decidió no hacer ningún comentario al respecto y con la excusa de realizar unas
llamadas se retiró al despacho.
―Ay amiga, tu marido siempre está pensando en el trabajo, es tan
aburrido. Tiene que ser tan descorazonador tener un marido con ese cuerpo y no
poder disfrutarlo más tiempo ―comentó con un tono de lujuria en su voz.
―Mi hijo es muy responsable con su trabajo, pero también está muy
enamorado de su mujer con todo su cuerpo
y con toda su alma, por supuesto ―respondió Elena con un falso tono inocente.
―¿Y Mario? ¿Llegó a tiempo para el funeral?
―Por supuesto, que te hace pensar lo contrario ―contestó rápidamente
Elena contrariada por su exceso de confianza con los temas de su familia. Una
cosa era la amistad entre ella y Estela, pero eso no la hacía apta para estar
dentro de su círculo de confianza.
―¿Se encuentra en México o se ha regresado otra vez a San Diego? ―Virginia
continuó su interrogatorio sin hacer caso a las duras miradas que le lanzaba
Elena. Tenía un objetivo, y nada ni nadie iban a impedir que lo llevase a cabo.
―Ha regresado este fin de semana a San Diego para traerse sus cosas, se
va a quedar a vivir aquí con nosotros en México durante una larga temporada ―aclaró
Estela con una gran sonrisa en los labios, estaba encantada de tener a su cuñado en casa otra vez.
―Esto es…una magnífica noticia ―respondió Virginia con un brillo muy
especial en sus ojos.
Después de tomar un café y media hora de conversación superficial,
Virginia se despidió de ambas. Pero no sin antes recordar a Estela que en dos semanas
celebraría su cumpleaños, y que no aceptaba un no por respuesta, que los
esperaba a ella y Víctor para salir a cenar, ya se pondría en contacto con
Mario para invitarlo también. Estela se levantó para acompañarla hasta la
puerta mientras que Elena se quedó mirándola pensativamente, se había dado
cuenta como había saludado a su hijo, esa no era la forma usual de saludar al
marido de su mejor amiga. Decidió no comentar nada con su nuera, parecía que
ella no se había dado cuenta y prefería dejarlo pasar y no decir nada al
respecto.
Su intuición femenina gritaba que tenía que estar en alerta, pero además,
su percepción maternal, ese sentido que toda madre posee, estaba con luz roja
de emergencia, esa mujer podría crear muchos problemas a su casa y causar un
gran conflicto dentro de su familia, y por supuesto no iba a quedarse de brazos
cruzados.
jueves, 4 de abril de 2013
NO SE VIVIR SIN TI ... CAPITULO 2
“UNA TRISTE DESPEDIDA"
Ver a su
progenitor tumbado en la cama inmóvil les hizo sentir un gran pesar, su padre
que siempre había sido un hombre tan activo, jovial, hablador y vital, ahora
parecía tan frágil e indefenso. Al oírlos entrar abrió lentamente los ojos y en
su rostro apareció una leve sonrisa.
―Hijos...Víctor… Mario, gracias a Dios llegasteis a tiempo.
―No hables papá, tienes que descansar, no te puedes fatigar ―dijo Mario
mientras le daba un cariñoso beso en la frente
―Voy a tener mucho tiempo para descansar, ahora necesito hablar con
vosotros.
Emiliano sabía que se le iba la vida, en esos últimos meses no se había
sentido muy bien por lo que acudió a la consulta de Armando. El Dr. Castro
mandó realizarle varios exámenes y los resultados no fueron nada alentadores.
Su corazón estaba enfermo, sufría un estrechamiento de la válvula aórtica y la
única solución era la cirugía. Pero la lectura de su analítica reveló que los
niveles de glucosa en la sangre estaban muy altos, por lo que su intervención
pasaba a ser de alto riesgo.
No quiso preocupar a su familia, por lo que le hizo prometer a Armando
que guardaría silencio. Este, al principio, se negó rotundamente, pero tras la
insistencia de su gran amigo tuvo que acceder a sus deseos y le aseguró que no
les diría nada, a pesar de no estar de acuerdo con esa decisión.
Pensó que con el tratamiento que estaba tomando todo iba a marchar bien,
pero que necio había sido. En varias ocasiones Armando le recomendó que se
operase, pero él siempre se negaba con cualquier excusa, y ahora… le quedaba
tan poco tiempo.
Nunca creyó que el momento llegaría tan pronto y todavía le quedaban muchas
cosas por hacer, por decir. Pero si Dios así lo había decidido, tendría que
resignarse. Su única preocupación eran sus hijos y su adorada Elena… ¡Elena, su
mujer, su compañera, su amante, su amiga, su confidente y la madre de sus
hijos! Ella lo era todo para él, pero ahora había llegado el momento de hablar
con Víctor y Mario, luego se despediría de su esposa.
―Hijos, acercaros los dos, necesito hablar con vosotros. Cuando yo ya no
esté aquí...
―Papá no digas tonterías ―lo cortó Víctor―. Todo va a salir bien y no te
va a suceder nada, aún vas a seguir dando mucha guerra.
―No Víctor, tenemos que ser realistas. Llevo bastante tiempo enfermo y
sabía que esto podía suceder en cualquier momento.
Ambos hermanos se miraron confundidos sin saber que decir, ninguno de los
dos podría haber imaginado que su padre estuviera tan enfermo.
―Necesito pediros algo a los dos ―prosiguió Emiliano con un breve
arranque de energía―, y sé que mi última decisión os tomará por sorpresa, pero
todo lo que necesito es que ambos me prometan que juntos continuarán con la
compañía, apoyándose el uno en el otro.
―Padre eso es un disparate, mi hermano nunca se ha preocupado de la
empresa y es incapaz de permanecer en un mismo lugar durante una larga
temporada. ―El tono de Víctor estaba lleno de reproche. Pensaba que su hermano
era un bueno para nada, un insensato que no estaba capacitado para hacerse
cargo de la empresa.
―¡Víctor! ―lo reprendió su padre―. Esta es mi decisión y así lo he dejado
escrito en mi testamento. Durante el próximo año ambos tendréis que compartir
el control de Tequila Vargas y ninguno podrá vender o ceder su parte de las
acciones hasta que no pase ese tiempo. No me gustaría que nuestra empresa
pasase a alguien ajeno a la familia, me costó mucho esfuerzo y trabajo llegar a
ser la compañía que somos. El resto de los detalles los he dejado redactados,
por supuesto, a vuestra madre le he dejado la mansión, la casa de Cancún y una
parte de las acciones, las cuales le permitirán vivir holgadamente. ―Emiliano
lanzó un largo suspiro.
Mario durante todo este tiempo se había mantenido en silencio, solo
miraba el rostro de su padre, el hombre que más admiraba en el mundo. Su padre
había sido una persona trabajadora, honrada e íntegra. Hacía muchos años,
cuando Víctor y él aún eran unos niños, compró unos terrenos que vendían en el
distrito de Guanajuato y pensó en plantar agave para elaborar tequila de forma
tradicional. Los principios fueron muy duros, necesitó pedir créditos a los
bancos, trabajar de sol a sol en los campos con los peones. Pero el tiempo
recompensó todos sus esfuerzos y en esos momentos era el dueño de una de las
haciendas más prósperas. Tequila Vargas era uno de los productos más vendidos
en el mercado nacional e incluso ya era reconocido en Europa.
―Víctor, por favor, acércate ―rogó Emiliano.
Al acercase a su padre, éste tomó las manos de sus hijos y las unió junto
a las suyas y prosiguió con un gran esfuerzo.
―Tened confianza el uno del otro, y siempre… pase lo que pase ¡¡Siempre!!,
buscar la verdad en vuestras miradas… prometérmelo. ―La voz de Emiliano apenas
era un susurro.
Ambos hermanos, mudos por la emoción, asintieron con la cabeza. Sus
mentes no comprendían lo que estaba sucediendo, tampoco sus palabras, y no
daban crédito a que esa fuera una despedida, la última vez que lo verían con
vida.
―Víctor, necesito que me dejes unos minutos con tu hermano, tú siempre
has estado a mi lado, he disfrutado de tu amor y tu compañía todos los días.
―Por supuesto ―contestó Víctor totalmente aturdido. No pudo reprimir las
lágrimas al pensar que ese era el último abrazo que le daba a su padre.
Cuando Víctor cerró la puerta, Emiliano se quedó mirando a su hijo menor,
esbozó una sonrisa al verse reflejado en aquellos hermosos ojos dorados que
mostraban todo el dolor que sentía su alma.
Físicamente se parecía a la familia de su querida esposa, su parte
española estaba muy latente en él, decidido, arriesgado y para su tormento,
demasiado atrevido. En silencio siempre había admirado su coraje de vivir la
vida como realmente la sentía, pero todo tenía sus límites y había llegado el
momento de sentar cabeza como él hizo en su día, y sabía que la decisión que había tomado era
la correcta, aunque sus hijos no la vieran así, pero con el tiempo le darían la
razón.
―Papá, por favor, no te fatigues, no te hace bien.
―No importa hijo, necesito que me escuches con atención… no me
interrumpas.
Mario se sentó en el borde de la cama que ocupaba su padre y tomó su mano con mucho cariño.
―Cuidar de vuestra madre, os va a necesitar mucho cuando yo ya no esté a
su lado. ―Su rostro reflejaba el inmenso dolor que sentía al despedirse de sus
seres más queridos―. Ten paciencia con
tu hermano, te va a necesitar. En los negocios es seguro y firme, pero en lo
personal le pueden sus dudas, va a necesitar tu empuje. Él te quiere y te
admira, incluso le gustaría ser como tú, pero no lo confesaría aunque le fuese
la vida en ello. Vive tan inmerso en el trabajo que está perdiendo a Estela
poco a poco, a pesar de que ella lo ama con locura. Dime que los vas a ayudar.
Mario asintió con la cabeza, el nudo de dolor que se había formado en su
garganta le impedía pronunciar palabra.
―Y ahora es tu turno, es tiempo de que dejes a un lado tus aventuras y
eches raíces, encuentra una mujer que sea tu complemento, tu cómplice, tu
confidente. No te ciegues por la belleza exterior, es mucho más importante el
alma de una persona, sus sentimientos. Cuando la encuentres no la dejes marchar
y, como hice yo con tu madre, forma una familia. ―En el rostro de Emiliano
apareció una ligera sonrisa―. Otra cosa… hay una persona… Paula… ella ha sido
mi secretaria durante este último tiempo, es muy eficaz, cumplidora, pero sobre
todo honrada, apóyate en ella porque será un buen bastón para ti.
―Si… sé de quién me hablas… acabo
de conocerla ―respondió Mario a su padre―. Se la notaba muy afectada por tu… ―No
pudo continuar hablando, las lágrimas resbalaban por su rostro.
―Hijo, no llores, no estés triste por mí ―Lo consoló Emiliano apretándole
cariñosamente la mano, mientras continuaba hablando sobre Paula―. Pobre
criatura, recuerdo cuando llegó a la oficina como un cachorro herido y
receloso. Despídeme de ella, ha sido como una hija y sé que le va a doler mucho
mi… ―Su voz se quebró, era tan grande aquel dolor al sentir como se le escapaba
la vida.
―Pero papá, no nos vas a dejar, no puedes ―la voz de Mario sonaba
desesperada, incapaz de creer que esa podría ser la última vez que estuviese
hablando con él―. Te vas a recuperar y todo va a ser una mala pesadilla...
―¡No! ―cortó Emiliano con rotundidad―. Sabes que no va a ser así y
necesito que tu ocupes mi lugar en la casa, que des apoyo a tu hermano sin que
él se dé cuenta y, que sobre todo, cuides de tu madre... mi adorada Elena, esto
es lo que más me duele, dejarla sola. ―Emiliano suspiró con esfuerzo.
―Hijo, protégelos de cualquier peligro.
―¿Peligro? ―preguntó sorprendido Mario.
―No hijo… no temas, pero tienes que estar alerta en todo lo referente a
la tequilera y la hacienda, sobre todo vigila a tu tío Esteban. No te
sorprendas, sé que tampoco él es santo de tu devoción. ―Mario asintió con la
cabeza, era cierto que nunca le había gustado la actitud de su tío hacia su
familia, no era una persona honrada y con principios como su padre.
―Ahora, hijo, por favor llama a tu madre, necesito despedirme de ella y
nunca olvides que te quiero con toda mi alma.
―Yo también, papá ―contestó conteniendo a duras penas las lágrimas que
amenazaban con salir, sentía su alma en carne viva, como si se la hubieran
marcado con el hierro de las reses. Se inclinó para darle un cálido beso en la
frente a la vez que acarició por última vez sus cabellos, ya no podría volver a
hacerlo más.
Salió de la habitación sin poder reprimir el llanto, su madre le acarició
el rostro cuando pasó a su lado. Víctor lo miró interrogante, pero pensó que
aquel no era el momento para saber de qué habían hablado.
―¡Elena! ―su voz
apenas era un murmullo, pero los ojos de Emiliano se iluminaron al ver a su
esposa―. Mi adorada esposa, cuanto te amo mi vida, ¿lo sabes? ―preguntó con
lágrimas en los ojos.
―No solo lo sé, lo he sentido durante todos estos años que he vivido
junto a ti ―contestó tratando de reprimir las lágrimas que amenazaban con
desbordar sus ojos ―. Pero por favor, no te fatigues, no te hace bien.
―Querida, déjame hablar. Necesito decirte tantas cosas y nos queda tan
poco tiempo. ―Elena comenzó a llorar al oír sus palabras.
―No llores mi vida, tienes que ser muy fuerte, piensa que yo siempre
estaré contigo cuidándote; seré como tu ángel de la guarda velando por ti y por
nuestros hijos... Mi vida, gracias por todos estos años que he vivido junto a
ti, por entregarme tu juventud, por darme dos hijos maravillosos, y perdóname…
―Mi amor, ¿qué tengo que perdonarte?
―Mi marcha, mi ausencia, te voy a dejar antes de lo que yo hubiese
querido, ya no voy a poder acompañarte más, no vamos a poder disfrutar juntos
de ver nacer a nuestros nietos, y ver cómo
te conviertes en la abuela más hermosa del universo. ―Los ojos de Emiliano
reflejaban todo el amor que sentía por su esposa, al igual que el dolor por
abandonarla tan pronto.
―Elena, prométeme una cosa. ―Ella asintió con la cabeza, no podía
pronunciar ninguna palabra por la agonía que estaba viviendo en esos instantes―.
Yo sé que he sido, soy y seré el amor de tu vida, me lo has demostrado desde el
mismo instante que nos conocimos y nuestras miradas se cruzaron. Pero no quiero
que mi recuerdo te impida volver a ser feliz, aún puedes…
―¡¡No!! Emiliano, por favor no digas nada más, sabes que eso sería
imposible y además tú no me vas a abandonar.
―Abrazó a su esposo mientras besaba su rostro, las lágrimas corrían libres
por su cara ya sin poder contenerlas.
―Elena… apoya a nuestros hijos, van a pasar momentos muy duros, oblígalos
a pasar el próximo año trabajando juntos, no va a ser fácil para ellos.
Ella miró sorprendida a su esposo, no entendía sus palabras.
―Será difícil y complicado, pero juntos van a formar un magnifico equipo
y nuestro nombre seguirá perdurando generación tras generación. Víctor es un
destacado hombre de negocios, conoce al mínimo detalle todo lo relativo a la
tequilera y Mario tiene el empuje que le falta, son el equipo perfecto.
―Pero Mario no…
―Nuestro hijo menor no es ese rebelde que quiere hacernos ver, estos dos
últimos años se ha preparado un master
de Dirección Comercial de Empresas y sus calificaciones han sido inmejorables.
Aun teniéndole lejos, siempre he estado al pendiente de sus pasos, yo… yo le he enviado
periódicamente los informes de la empresa.
Elena alzó las cejas sorprendida, sabía que su esposo adoraba a sus
hijos, siempre había sido un padre responsable y preocupado, por lo que sonrió
satisfecha al escuchar sus palabras.
Emiliano se sentía extenuado por el esfuerzo de esa conversación, sus
ojos se tornaron vidriosos y comenzó a respirar con dificultad, sentía que se
acercaba el final, su despedida, el hermoso rostro de su mujer estaba bañado de
dolor y lágrimas, que duro era decir adiós. Con apenas un hilo de voz musitó
sus últimas palabras:
―¡Mi amor, te amo…! ―Sus ojos dejaron de brillar, su rostro quedó inmóvil
y su cuerpo derrotado, pero su alma llena de paz.
-¡Nooooo!, Emiliano… ¡nooooooooo! ―gritó desgarrada.
Víctor miraba
fijamente el ataúd donde yacía el cuerpo inerte de su padre, aún no podía creer
que los hubiera abandonado, un hombre tan fuerte, tan vital. Sabía que lo iba a
echar mucho de menos, lo iba a necesitar tanto. Suspiró con un intenso pesar, sentía dolor en cada centímetro de su cuerpo.
De repente, sintió como su esposa tomaba su mano y le daba un apretón cariñoso,
dándole ánimos en esos duros momentos. Estela también estaba muy apenada por la
muerte de su suegro, sus sentimientos eran sinceros, había llegado a querer a
Emiliano como si se tratase de su propio padre.
―Víctor, cariño ¿cómo te sientes? ―susurró suavemente. Su voz siempre lo
hacía sentirse en paz consigo mismo. Lo reconfortaba mucho escucharla―. ¿Quieres que vayamos a tomar un café?, apenas
has probado bocado desde ayer y te hará bien tomar algo. ―Víctor asintió con la
cabeza y se dejó llevar por ella.
Elena, de luto riguroso, estaba sentada muy cerca del ataúd de su esposo.
Mario casi no se separaba de ella, siempre al pendiente de su madre,
regalándole cualquier gesto de cariño para reconfortarla, pero su dolor era tan
hondo que nada ni nadie podía mitigar su sufrimiento. Sentía un gran vacío
dentro de ella, su gran amor, su compañero la había dejado sola.
El entierro de don Emiliano se celebró en privado, solo los familiares y
amigos más allegados asistieron. En la mansión Vargas se esperaban muchas
personas que se habían acercado a transmitirles sus condolencias, él había
sido muy respetado dentro del sector
tequilero.
Esteban se acercó a su cuñada para acompañarla en ese amargo momento y
decirle que siempre estaría a su lado cuidándola, pero cuando Mario se acercó a
su madre se alejó rápidamente a atender a unas personas que acababan de llegar
a la mansión.
Paula había asistido al entierro y se mantuvo en un segundo plano, no
quiso entrometerse en aquellos momentos de sufrimiento. Se acercó a dar el
pésame a la familia, estaba desolada y muy triste por la muerte del señor
Emiliano y así se lo transmitió a Elena cuando la saludó:
―Lo sé hija, todos vamos a extrañarle mucho. Mi esposo te apreciaba y
respetaba, siempre hablaba muy bien de ti.
Se acercaron unas personas a Elena para expresarle sus condolencias, por
lo que Paula se dirigió hacia Víctor y Estela que estaban hablando con su tío
Esteban. Sin darse cuenta ella lo estaba
buscando por toda la sala, pero no había rastro de Mario.
No muy lejos de
allí se encontraba la persona que
ocupaba en las últimas horas los pensamientos de Paula. Necesitaba desahogarse
y agradecía que su amigo estuviera a su lado en esos momentos tan difíciles.
―David, me siento roto por dentro, aún no me hago a la idea de que no voy
a volver a ver a mi padre, me siento tan culpable por no haber estado más
tiempo aquí durante este último año.
―No pienses eso ahora, no tienes que sentirte culpable. No sabías que tu
padre estaba enfermo.
―Lo sé, pero me duele tanto. No voy a regresar a San Diego, me voy a
quedar aquí.
―No creo que sea momento para tomar decisiones ―contestó David
sorprendido por las palabras de su amigo.
―No es mi decisión, así lo ha dispuesto mi padre. Quiere que mi hermano y
yo llevemos juntos la empresa.
―Pero si tú lo único que sabes del tequila es bebértelo ―respondió riendo
David.
―No estoy para tus bromas, ya te contaré los detalles en otro momento.
Mario se lo había prometido a su padre y así lo iba a cumplir. Un año
pasaba rápidamente. David se despidió de él, no quiso volver a entrar a la
mansión, había demasiada gente. Ambos se fundieron en un cálido abrazo, se
querían como si fuesen hermanos, habían pasado tantos momentos juntos, buenos y
malos.
Allí estaba él, solo con sus pensamientos, con sus recuerdos; cuando de
repente apareció Paula que había salido a tomar un poco de aire. Vio que su expresión
cambió al darse cuenta de su presencia, se puso rígida, hizo un gesto nervioso
al ajustarse aquellos lentes horrorosos. La había visto en el entierro, su
llanto silencioso lo había emocionado y, por unos segundos, sintió deseos de
abrazarla, de reconfortarla. Sacudió la cabeza queriendo alejar aquellos
descabellados pensamientos, ese sentimiento solo había sido una consecuencia
del exceso de cansancio y desolación que sentía por todo su ser, solo podía ser
eso, que otra cosa.
Paula comenzó a temblar, su cuerpo la estaba traicionando, había pasado
tanto tiempo desde que no sentía nada parecido ante la presencia de un hombre,
desde… no, no quería recordar, no podía recordar… aún dolía demasiado.
―Er… me gustaría que supieras que lamento mucho la pérdida de tu padre.
―La voz de Paula sonó ronca por la emoción.
Sus ojos color miel estaban tristes, llenos de lágrimas reprimidas. Ella
soportó sin pestañear su intensa mirada, su rostro carente de cualquier
emoción. Había logrado alcanzar un alto control sobre sus emociones, pero de lo
que dudaba, era de que sus extremidades inferiores fueran a responderle, sentía
que se habían convertido en dos rocas que la tenían anclada en el suelo.
―Gracias, sé que apreciabas mucho a mi padre y que tus palabras son sinceras
―contestó casi con un suspiro.
Se veía tan cansado y afligido, si ella pudiera… ¿qué iba a poder hacer?
¿Consolarle? Abrazarle? Ahora era su cerebro en el que no respondía, no sus
piernas.
―Discúlpame, voy a ver si mi madre me necesita. ―La voz de Mario
interrumpió los agitados pensamientos de Paula.
―Por… por supuesto, ella te necesita ahora más que nunca.
Mario comenzó a caminar hacia la casa y apenas se había alejado unos
pasos de ella, cuando de repente se giró y soltó una pregunta que la dejó totalmente
desconcertada y fuera de lugar.
―¿Por qué te escondes detrás de esos horrorosos lentes? ―Se dio media
vuelta y siguió caminando sin esperar ninguna contestación por su parte.
Paula se quedó callada, perpleja, estaba temblando de coraje, había tirado
el dardo y lo había clavado en el centro de la diana, no podía ser posible que fuese tan transparente
para él. La verdad era que si se escondía, la habían hecho tanto daño que no
podía permitir que sucediera otra vez.
La semana
siguiente al entierro de Emiliano fue un verdadero caos en la oficina, se
tuvieron que cancelar reuniones, los clientes protestaban por el retraso de sus
envíos, por lo que Paula no tuvo ni un minuto de descanso. Víctor apenas había
aparecido por la empresa, todo el papeleo con los abogados tras la muerte de su
padre lo mantenía muy ocupado. De hecho, esa misma mañana estaban todos
reunidos en la mansión para escuchar la lectura del testamento, Emiliano había
dado órdenes expresas de su lectura inmediata tras su muerte.
Rebeca le pasó otra llamada, pero en esta ocasión era Sergio Contreras
que se encontraba en España tratando de cerrar negociaciones con una
distribuidora de allí.
―¿Paula?
―¿Qué tal te trata Madrid? ¿Cómo va el contrato con Distribuciones
Marval?
―Bien… bastante bien, muy avanzado. Creo que mañana me darán una
respuesta definitiva. ¿Y las cosas por allá?
―Imagínatelo, una semana de locos. Ha sido un golpe muy duro la pérdida
del señor Emiliano.
―Sí, nadie podía pensar que esto podría suceder. Una triste pérdida.
Preciosa, cuídate mucho, te noto cansada. Nos vemos en breve.
Paula colgó el teléfono con una ligera sonrisa en los labios, desde el
primer día que conoció a Sergio siempre la había llamado de esa forma, al
principio la molestó ya que no quería tener ningún tipo de confianza con nadie.
Sergio se había incorporado seis meses antes que ella en la empresa, era el
responsable del departamento de exportaciones, muy válido en su puesto, y a
pesar de su primer rechazo hacia él por sus constantes bromas con el tiempo
comenzó a sentirse relajada y disfrutar de sus comentarios. Y si el señor
Emiliano había puesto plena confianza en él, es que era la persona indicada
para ese puesto, ella siempre había confiado en el buen juicio de su jefe. Tampoco
se había equivocado en esa ocasión, su labor era imprescindible para la empresa
y además era un gran compañero y una excelente persona.
La tarde pasó tranquila, Víctor había llamado para avisar que no iría a
la oficina, se quedaba el resto del día en la mansión Vargas con toda la
familia.
Como ya eran casi las seis, Paula decidió apagar su ordenador. Salió a
buscar a Rebeca que como siempre estaba retocándose el maquillaje, era una
muchacha muy bonita, coqueta y alegre.
―Vamos Rebeca, estoy agotada. Quiero llegar a mi departamento y descansar. ¡Por Dios, termina ya! ¡Estás
preciosa!
―Gracias, gracias, pero eso no es un secreto ―contestó con un guiño
simpático―. Vamos anímate y acompáñame a
tomar una copa a un sitio muy chic,
he quedado con unos amigos, lo pasaríamos genial.
―Sabes que no me vas a convencer, no me gusta salir ―respondió Paula a la
vez que tiraba de ella hacia la salida.
―Claro, habló la señora mayor que no puede hacer excesos. ―se burló Rebeca―. Pero no pierdo la
esperanza, sé que algún día lo conseguiré.
―Como soy una “aburrida anciana”, necesito descansar mucho y tomarme
leche calentita antes de irme a la cama para poder mover mis doloridos huesos
al día siguiente, por lo que las salidas se las dejo a las “divertidas jovencitas”
como tú.
En realidad Paula sólo era dos años mayor que Rebeca, pero eran como la
noche y el día. Rebeca siempre tan alegre, tan femenina, le gustaba verse
atractiva y que los hombres la mirasen, todo lo opuesto a ella. Rebeca la
regañaba por su forma de vestir, de arreglarse, pero aún no se sentía con
ganas, aún no estaba preparada para fiestas y reuniones de amigos, para conocer
gente nueva. Ella, en otra época, también había sido divertida, alegre, extrovertida, pero después de lo que sucedió
en Madrid, era la sombra oscura de la verdadera Paula, no quería pensar más en
aquel suceso, aún las heridas estaban abiertas.
En la mansión de
los Vargas se estaban viviendo momentos muy duros, después de la lectura del
testamento todos cayeron en un hermético silencio.
Emiliano había sido rotundo, sus hijos tendrían que compartir durante el
siguiente año el control de la empresa, les había dejado un 40% de las acciones
a cada uno y el 20% restante a Elena, de esa forma siempre necesitarían tener
el voto de su madre para tomar cualquier decisión importante dentro de la
empresa.
Elena disfrutaría el usufructo de todas las propiedades, las cuales
pasarían a sus hijos el día que ella ya no estuviese. Ellos tenían la
obligación de mantener el patrimonio familiar y que la fortuna de la familia
siguiera creciendo. A su hermano Esteban le dejó los terrenos y la primera casa
que construyó cuando comenzó a elaborar el tequila, y un porcentaje generoso de
los beneficios de la empresa, que le daría para vivir holgadamente.
Pero Esteban estaba iracundo, aquello eran migajas para él, un insulto a
todos esos años de trabajo y sacrificio. Siempre había sentido envidia de su
posición, su fortuna, pero sobre todo de su vida junto a Elena, de haber tenido
una familia junto a ella mientras que él estaba solo, sin nadie a su lado. El
odio y el rencor que había acumulado durante todo ese tiempo le quemaba las
entrañas igual que el tequila que se estaba tomando. Pero él tenía sus propios
planes y ahora que su hermano no era un obstáculo seguiría con ellos adelante.
Sabía que Emiliano desconfiaba de él, en el último mes fue más de seguido a la
hacienda para controlar la cosecha y los pedidos, en la última conversación
telefónica que tuvieron así se lo hizo saber, pero él ya no estaba entre los
vivos, así que era casi imposible que lo descubrieran sus sobrinos, ellos no lo
conocían igual que su padre, Esteban sonreía maliciosamente mientras pensaba en
su negocio.
―Seguro que estás planeando algo horrible, querido tío. ―El tono de Mario
era de burla.
―¡Mario, no hables así a tu tío! ―recriminó Elena a su hijo.
―No sufras Elena, estoy acostumbrado a sus bromas ―contestó con una
sonrisa en sus labios, pero con una gélida mirada en sus ojos.
Mario siempre había tenido la sensación de que su tío no era una buena
persona, que se aprovechaba de los buenos sentimientos de su padre. Al morir
sus padres, Emiliano tuvo que hacerse cargo de Esteban, era diez años menor que
él. Tuvo que trabajar muy duro para poder darle un plato de comida, un techo y
estudios, pero su tío jamás se lo había agradecido de corazón.
Víctor y Estela se unieron con ellos en el salón. Elena pidió a María que
ordenase servir la cena. María llevaba mucho tiempo trabajando para los Vargas,
se encargaba de los trabajos domésticos
en la mansión, era eficiente, pero muy reservada. Apenas conocían de su pasado,
un día llegó a la mansión pidiendo trabajo desolada por la muerte de su marido
y la pérdida del bebé de ambos en un trágico accidente de tráfico. Elena se
conmovió tanto que la contrató inmediatamente y con el tiempo fue delegando en
ella el cuidado de la casa, de esa forma dedicaría más tiempo a su esposo y sus
hijos.
María sentía una envidia terrible de Elena, casi enfermiza, ella tenía
todo lo que una mujer podría desear: posición, dinero, dos hijos maravillosos
que la adoraban y un esposo que la había amado hasta el último segundo de su
vida. No se alegraba de la muerte del señor Emiliano, todo lo contrario, porque
estaba casi segura de que ahora Esteban intentaría conquistar a su cuñada, de
la que estaba profundamente enamorado, ella se había dado cuenta como la
miraba, con deseo y admiración. Los celos la carcomían cuando veía esos
sentimientos reflejados en los ojos de su
Esteban. Para él, ella era una simple criada, alguien invisible a sus ojos, nunca la había
mirado como una mujer, ni siquiera como una persona. La única culpable,
Elena.
Mientras terminaba de recoger la cocina María recordaba que los momentos
más felices de su vida habían sido en la época de la cosecha, cuando toda la
familia se desplazaba a la hacienda, incluido ella, y eso la hacía sentirse
feliz porque iba a poder disfrutar de la presencia de Esteban durante una larga
temporada, aunque eso significase soportar a la fastidiosa de Damiana. Nana, como la llamaban todos cariñosamente,
había cuidado de Víctor y Mario durante
sus primeros años de vida.
Apenas
pronunciaron palabra mientras cenaban, era duro ver el asiento de Emiliano
vacío, solo habían pasado unos días y el dolor era muy intenso. Elena a duras
penas controlaba las lágrimas que amenazaban con escaparse de sus ojos, por lo
que sin apenas haber probado bocado se disculpó ante todos, necesitaba
estar sola con sus pensamientos, con sus recuerdos, con su dolor.
Al entrar en su habitación sintió muy latente la presencia de su esposo,
su bata estaba en el mismo sitio de siempre, tantas veces lo había regañado por
dejarla tirada en cualquier lugar, cuanto daría por estar haciéndolo en esos
momentos. Recogió la bata y la estrechó entre sus brazos, aún conservaba su
olor. Elena se dirigió a uno de los cajones de su cómoda y tomó un álbum de
fotos antiguas, tumbada en su cama y arropada con la bata de su amado esposo se
puso a ojearlo, ya no pudo contener las lágrimas mientras contemplaba todos los
momentos hermosos que había vivido junto a él. Su ausencia era tan grande, tan
dura, dolía tanto porque él ya no iba a regresar nunca más y su vida se había
quebrado con su partida.
domingo, 31 de marzo de 2013
NO SE VIVIR SIN TI .... CAPITULO 1
“UN GIRO INESPERADO”
Eran las siete
de la tarde, el sol se alzaba en el cielo iluminando con sus rayos las aguas de
Huntigton Beach, al sureste de
California. Las altas olas se aproximaban peligrosamente creando grandes
crestas de espuma, destinadas a morir en la morena y fina arena de la playa.
Lo sorprendente de esta acción innata de la naturaleza no era oír el
estrépito de las olas al levantarse desafiantes, o ver el sol llenando el
inmenso cielo; lo más asombroso era la visión de dos siluetas luchando contra
la propia naturaleza y su única arma eran sus propios cuerpos subidos en una
tabla de surf.
Allí se encontraban desafiando al peligro, luchando por no ser abatidos
en aquel enérgico cabalgar. Se dice que cualquier ola te puede romper el
corazón sino sabes dominarla, no tienes que dudar en ningún momento y confiar
siempre en tus posibilidades, ya que cualquier vestigio de indecisión puede
hacer que pierdas la batalla y ellos lo sabían perfectamente por eso sus
cuerpos musculosos, rebosantes de adrenalina, estaban alertas en cada giro, en
cada salto.
Al llegar a la orilla, ambos tenían en sus apuestos rostros una expresión
de superación y triunfo, sintiéndose vencedores de aquel duelo, pero sabiendo a
ciencia cierta que su contrincante era un rival muy poderoso y que en otra
ocasión podrían ser abatidos.
―¡Ha sido maravilloso! ―exclamó Mario. Sus ojos color miel aún despedían
destellos dorados de excitación y su cabello parecía todavía más rubio al
reflejarse en el los rayos del sol.
―Sí, ha sido genial, pero debes ser más prudente y no tan temerario, esta
última ola casi puede contigo ―lo regañó David, éste, a diferencia de su amigo,
tenía el pelo de color negro azabache igual que sus profundos ojos.
Ambos eran altos y fornidos, Mario algo más corpulento que David. De
hombros anchos y desarrollados por la práctica de todo tipo de deporte desde
muy niños. Mientra se dirigían a la caseta para cambiarse, iban gastándose
bromas de quien había sido más rápido o quien había arriesgado más en aquel
intenso galopar con las olas. Se conocían desde que eran muy pequeños y se
podía apreciar el cariño y respeto que sentían el uno por el otro.
Ya en la caseta, Mario comenzó a bajar la cremallera de su traje de
neopreno dejando al descubierto su torso musculoso, su respiración aún agitada
por la adrenalina que su cuerpo había creado tras disfrutar de aquella atrevida
experiencia. En ese mismo instante sonó su móvil y con un gesto de
contradicción fue a contestarlo, no le hacía gracia que alguien le importunara en
aquel mágico momento.
―Dígame ―contestó escuetamente.
―¡Hijo…! ―Esa voz provocó una chispa de dulzura en su mirada, pero al
mismo tiempo sintió un tremendo escalofrío recorrer su espalda, sabía que algo
sucedía, porque esa maravillosa voz que tantas veces le había dado aliento y
paz sonaba preocupada, algo no marchaba bien.
―Mamá, ¿eres tú?, ¿qué sucede? ―preguntó con temor.
―Hijo. ―Su voz era casi un suspiro, un lamento.
Mario sintió una punzada en el pecho, sintió un miedo atroz, no le cabía
la menor duda de que algo grave estaba sucediendo.
―Mamá, por favor, dime que sucede, me estás asustando.
―Mario, mi tesoro, debes regresar de inmediato a México, tu padre... ―Un
sollozo de dolor se escuchó a través del teléfono, apenas podía articular palabra,
prosiguió a duras penas―, tu padre ha sufrido un infarto esta mañana y se
encuentra muy grave, por favor regresa lo antes posible, te necesito a mi lado.
―¡Mamá!, no... no... ¿Pero cómo ha sido…? no es posible, papá es un
hombre fuerte y sano. ―Mario no podía dar crédito a las palabras de su madre―.
Si... si... no te preocupes, tomaré el primer vuelo. ¿En qué hospital está
ingresado?
―En el Hospital Universitario, aquí estamos Víctor y yo... te quiero hijo
―se despidió Elena conteniendo a duras penas el llanto.
Al colgar el teléfono, Mario se quedó mirando a David, sus ojos color miel
que antes brillaban por la emoción y por el riesgo, ahora estaban brillantes
por las lágrimas que amenazaban con salir a causa del dolor y la desesperación.
―Mario, ¿qué ha sucedido?, por favor cuéntame ―inquirió David muy
preocupado.
―No... no puede ser, mi padre ha sufrido un infarto y está muy grave.
Tengo que salir para México enseguida, mi familia me necesita. Por favor, me
puedes reservar plaza en el primer vuelo.
―Por supuesto, pero te acompaño, no te voy a dejar solo en este momento.
―Gracias, hermano ―contestó Mario aún muy afectado por aquella inesperada
noticia.
Mientras tanto,
en la sala de espera del Hospital Universitario en México D.F, una figura masculina
no dejaba de andar sin rumbo fijo, su rostro desencajado por la angustia y la
preocupación por la salud de su padre. Era un hombre joven, alto, fuerte y
bastante atractivo, vestía un elegante traje color gris oscuro, con camisa
color rosa palo y corbata de diseño a rayas grises.
Sus ojos color miel estaban perdidos en un punto indefinido cuando de
repente escuchó aquella voz tan familiar para él.
―Víctor, cariño, ¿cómo estás?, ¿cómo se encuentra tu padre?
Esa voz la reconocería entre miles, se giró buscando la figura de su
esposa. Estela era una mujer hermosa, elegante, sofisticada con una figura
envidiable, lucía preciosa con aquellos pantalones de lino blanco y ese blusón
en diferentes tonos verdes que dejaba al descubierto uno de sus delicados hombros,
llevaba puestas unas sandalias de tacón alto, lo que acentuaba aún más sus
largas y esbeltas piernas.
―Estela. ―La voz de Víctor sonaba angustiada―, aún no sabemos nada más,
el doctor Castro nos ha dicho que tenemos que esperar cuarenta y ocho horas
para ver como evoluciona su estado.
Ella se acercó y lo abrazó con mucha ternura, le agradaba sentir el
cuerpo musculoso de su esposo junto al suyo mientras se llenaba de su aroma. Se
casó muy enamorada, aún lo estaba, tras dos años de casados, su matrimonio no
estaba pasando uno de sus mejores momentos. Estela deseaba con intensidad tener
hijos, pero Víctor siempre ponía todo tipo de excusas. A pesar de ser todo un
competente hombre de negocios, en lo referente a su vida personal, su marido
era todo lo contrario, siempre prisionero de sus temores, por lo que en los
últimos meses no cesaba de darle evasivas cada vez que sacaba el tema de tener
un bebé: que no era el momento adecuado, que se sentía presionado por el
negocio familiar, que sobre el recaían muchas responsabilidades; todas excusas
y más excusas que terminaban en constantes discusiones, a veces pensaba que a
pesar de todo el amor que sentían, eso no era suficiente para seguir adelante.
Estela movió levemente la cabeza, no quería pensar en eso ahora, sabía
que tendría que luchar por su matrimonio, pero en ese momento ella debía dar
todo su apoyo y permanecer al lado de su esposo.
―¿Dónde está tu madre? ―preguntó suavemente.
Víctor se separó ligeramente de ella y mirándola a los ojos, contestó con
voz burlona que estaba hablando con su hijo preferido.
―Cariño, no digas eso, sabes que tu madre os quiere a ambos por igual. Lo
que pasa, es que Mario y tú sois tan diferentes, tenéis dos formas muy distintas
de ver la vida.
―Ya...ya..., pero es que nunca está cuando se le necesita. ―Las palabras
de Víctor contenían una mezcla de rabia y tristeza.
Mario, su hermano pequeño, un alma libre. A él también le hubiera gustado
ser así, pero al ser el mayor de los dos tuvo que ponerse al frente del negocio
familiar junto con su padre. Nadie le preguntó si era lo que quería, no tuvo otra
opción, mientras que Mario durante los últimos años se había dedicado a
disfrutar de la vida, viviendo a tope, sin responsabilidades, ni preocupaciones
sobre sus hombros.
Muy lejos de la
capital, en la hacienda de los Vargas, en Cueramaro (Guanajuato), todo era
actividad, los peones se encontraban trabajando muy duro en el campo y en la
tequilera. El negocio familiar se había expandido con rapidez en los últimos
años y el tequila Vargas era uno de los más solicitados en el mercado,
comercializándose por todo el estado de México, algunas zonas en EEUU e incluso
ya se estaban gestionando varios contratos en Europa.
Esteban Vargas, hermano menor de Emiliano, era el encargado de la
hacienda y de la producción del tequila. Una persona oscura, llena de
resentimiento hacia su hermano, siempre celoso de él, pensando que la vida era
muy injusta porque su hermano lo tenía todo, un negocio que le había reportado
grandes beneficios, una magnífica situación dentro de la sociedad, pero sobre
todo, tenía al lado una gran mujer como Elena.
Estaba mirando el horizonte revisando el estado de los campos, cuando la
voz de su capataz Antonio le avisó que tenía una llamada urgente de la capital,
montó su caballo y se dirigió hacia su oficina para atenderla.
―Sí, ¿quién habla? ―preguntó Esteban al coger el teléfono.
―Tío Esteban, soy Víctor, ha sucedido algo terrible, mi padre ha sufrido
un infarto y su estado es bastante crítico... ―En los ojos de Esteban apareció
un brillo muy especial, esa era una grata noticia, odiaba a su hermano con todo
su ser, no soportaba que disfrutase de todo, y en cambio él, no tuviera nada,
solo era un empleado más de la hacienda.
―Víctor, mi hermano… ¿Cuándo ha sucedido? ―Intentó que su voz sonase lo
más preocupada posible mientras continuaba la conversación con su sobrino―. Sí...
sí, no te preocupes, en este momento salgo para allá, en un par de horas estoy
allí con vosotros.
Elena Montenegro
de Vargas era una mujer distinguida, elegante y muy hermosa. Pero en ese
momento su rostro reflejaba el cansancio de la noche pasada, rota por el
tormento y la angustia de no saber de Emiliano, el hombre que lo era todo para
ella. Se había casado muy joven, pero muy enamorada. De esa maravillosa relación
habían nacido sus dos tesoros, como ella los llamaba, Víctor y Mario.
Emiliano y ella llevaban treinta y cinco años juntos, su mente no podía
ni se permitía imaginar padecer su pérdida, no estaba preparada para vivir ese
momento y sabía que sus hijos tampoco, ellos adoraban a su padre.
Víctor, el mayor, se parecía tanto a Emiliano, tenían el mismo porte y
elegancia que su padre. Ambos dedicados a la tequilera, pero últimamente estaba
preocupada por él, estaba demasiado inmerso en los negocios y tenía abandonada
a Estela, su esposa. Además, apenas hacían vida social, sus salidas solo
estaban relacionadas con el trabajo y esto estaba afectando a su relación. Le
preocupaba que Estela llegase a cansarse de ese ritmo de vida, porque a pesar
de ser una buena mujer y amar mucho a su hijo, era demasiado joven para
mantenerse encerrada en la mansión. Además, le había confesado el anhelo que
tenía por quedarse embarazada y la negativa de Víctor a dar ese paso. Tendría que
hablar con él sobre ese tema, no le gustaba entrometerse en la vida de sus
hijos, pero tenía que hacerle ver que la llegada de un bebé era una bendición y
no un motivo de preocupación.
En cambio Mario era totalmente opuesto a su hermano, físicamente se
parecían mucho, ambos corpulentos, musculosos, altos y con aquella mirada color
miel herencia de su abuelo materno. Mario tenía la misma sonrisa picarona y
bella de Emiliano, la misma que la enamoró desde el primer momento en que lo
vio. Mario había heredado de su abuelo paterno su forma de ser, vivir la vida
sin ataduras, disfrutando cada segundo, cada aliento. Suspiró con una leve
sonrisa en sus labios pensando en él, la preocupaba que no se tomase las cosas
más en serio, no veía el momento en que sentase cabeza y encontrase a una mujer
que lo hiciera parar aquel ritmo frenético.
Paula estaba
atendiendo el teléfono en las oficinas de la tequilera, en la capital. Desde
que se había difundido la noticia de lo sucedido al señor Emiliano, el teléfono
no cesaba de sonar, la mañana estaba siendo un completo caos.
―Rebeca, por favor, no me pases más llamadas ya no puedo más. Me voy a
marchar al hospital para ver cómo sigue el señor Emiliano.
―No te preocupes Paula, yo me quedo un ratito más y atiendo cualquier
llamada que entre, márchate tranquila.
Paula se levantó mientras recogía su bolso, se miró en el espejo que
había en su despacho e hizo un gesto indefinido al ver su imagen reflejada en el.
Su traje de chaqueta de corte serio estaba impoluto, el cabello recogido en un
aburrido moño, el rostro apenas maquillado y sus grandes ojos marrones
escondidos detrás de aquellas horrorosas lentes, la barrera que había
interpuesto entre la verdadera Paula y el mundo exterior. No quería volver a
sufrir… no podía permitir que volvieran a herirla, ya le habían hecho demasiado
daño… suspiró, a la vez que alejó aquellos recuerdos que la perseguían desde
hacía tanto tiempo.
Al llegar al hospital vio a la señora Elena muy abatida, frágil e indefensa,
todo lo contrario a como era ella, tan enérgica y dinámica. Se acercó
lentamente, pensado en el gran cariño que había tomado a la familia Vargas en
ese último año, sobre todo al señor Emiliano que la trataba como si fuera una
más de la familia.
Ambos congeniaron desde el minuto cero de su entrevista, su mirada le dio
la paz que ella iba buscando, y aquella sonrisa mitad picarona y mitad paternal
llenó de calor su sombrío corazón. El no dudó un segundo al ofrecerle el
trabajo a pesar de su juventud, por lo que de la noche a la mañana estaba ocupando
el puesto de secretaria de dirección de una de las empresas más importantes del
sector tequilero de México, la tierra que la había visto nacer y a la que había
regresado buscando refugio para sus
fantasmas.
―Señora Elena, ¿qué tal se encuentra?, se ve agotada. ¿Hay noticias
nuevas del señor Emiliano? ―La
preocupación de Paula era sincera.
―¡Ay Paula!, hija mía, estoy destrozada... si algo le llega a suceder a
mi esposo, yo no... ―La voz de Elena se quebró por el dolor.
Paula se abrazó a ella consolándola, sabía que el aprecio y respeto eran
mutuos. Elena, al igual que su marido, adoraba a Paula y sabía que era una
muchacha muy responsable y sensata.
―No, no piense eso, vamos a tener fe y ya verá cómo se va a recuperar.
―Hija, Dios te oiga, no dejo de rezar pidiéndoselo.
Paula estaba arrodillada delante de Elena, cuando de repente vio como sus
ojos se iluminaron y una breve sonrisa asomó en su rostro, se dio media vuelta
para ver qué o quién era el responsable de aquel cambio en su semblante y se encontró
con la visión del hombre más atractivo que jamás había visto.
A duras penas se incorporó, sus piernas parecían no pertenecer a su
cuerpo y no querían responderle. Sintió su calor y su esencia cuando esa
espectacular presencia abrazó fuertemente a la señora Elena mientras preguntaba
con una voz profunda y ronca por la emoción:
―¿Cómo está la madre más hermosa del universo?
Inmediatamente se dio cuenta de que se trataba de Mario, el hijo menor de
los señores Vargas, ahora lo reconocía por las fotos que había de él en el
despacho del señor Emiliano. Siempre que miraba su foto pensaba que era un
hombre bastante apuesto, pero lo que no podía imaginar, era que al tenerlo así,
tan cerca, iba a dejarla tan impactada, sentía como su corazón latía desenfrenado.
La visión de aquel abrazo, ver como el menor de los Vargas acariciaba con
tanta delicadeza el cabello de su madre mientras ella rozaba el rostro a su
hijo con tanto amor, hizo que despertasen un sinfín de emociones dentro de
Paula.
―Mi tesoro, tu padre está muy mal, no nos dan muchas esperanzas. ―Las
lágrimas contenidas en las últimas horas corrían ahora por el rostro de Elena.
―Mamá, no te preocupes, vas a ver como papá sale de esta, es un hombre
muy fuerte. ―Intentaba que su voz sonase lo más tranquilizadora posible a pesar
de sentirse totalmente desolado, pero no podía demostrárselo a su madre.
En ese momento llegó Víctor acompañado de Estela, ambos habían salido a
tomar un café, y éste al ver a su hermano abrazado a su madre hizo un gesto de
desagrado, siempre había sentido celos por aquel vínculo que los unía, a pesar
de que su madre adoraba a ambos, era consciente de que en mucho aspectos Mario
era su favorito.
―¡Mi querido hermanito está aquí! ―exclamó irónicamente. ―Pensaba que
estabas escalando el Himalaya o haciendo una travesía por el Polo Norte.
―Víctor… por favor. ―Estela comenzó a protestar.
―Déjalo cuñadita, él tan cariñoso como siempre. Yo también me alegro de
verte hermanito ―contestó Mario con una sonrisa irónica―.¿No me vas a saludar?
―preguntó Mario a Estela con una atractiva sonrisa.
―Como no te voy a saludar sinvergüenza, si sabes que eres mi cuñado
preferido ―dijo bromeando Estela.
―¿Tu preferido? Si soy el único que tienes ―respondió mientras la
abrazaba y besaba cariñosamente.
Mario se separó de su cuñada y se dirigió hacia su hermano, a pesar de
todas esas rencillas y sus constantes choques el cariño que sentían el uno por
el otro estaba latente, por lo que se fundieron en un emotivo abrazo. Elena y
Estela los miraron emocionadas.
―Víctor, ¿Han dicho algo nuevo los doctores sobre la salud de papá? ―preguntó
preocupado por la situación que todos estaban viviendo en esos momentos.
―No, aún no sabemos nada nuevo. Estamos esperando que salgan a darnos un
nuevo informe, en el último nos informaron que su estado era muy delicado. Tuvieron
que operar de urgencia y ponerle una válvula, la cual esperan sea compatible
con su organismo y que éste no la rechace. ―Lanzó un suspiro desolador cuando
terminó de hablar.
En ese momento Víctor se dio cuenta de la presencia de Paula, la cual se
había alejado de ellos para darles privacidad a su encuentro.
―Buenas tardes, Paula ―saludó al acercarse a ella―. No tenías que haberte
molestado en venir al hospital.
―Sabes que no es ninguna molestia, necesitaba saber cómo sigue tu padre, en
la oficina todos estamos muy preocupados por él.
―Sí, lo sé, y agradezco tú visita ―contestó
Víctor―. ¿Qué tal todo por la oficina? ―preguntó inquieto por el revuelo que se
debería haber montado por lo sucedido.
―Todo bien, no te preocupes.
Hemos recibido numerosas llamadas preocupándose por el señor Emiliano, pero no
he querido alarmar a nadie sobre su estado. Referente a la reunión que teníamos
mañana con los señores Ibarra y Guzmán la he pasado para la próxima semana, si
no te parece mal...
―No, no… has hecho lo correcto, en estos momentos no tengo cabeza para
nada, gracias por todo ―respondió Víctor.
―Bueno… yo ya me marcho, pero por favor no dudes en llamarme… por favor,
cualquier cosa que necesitéis ―señaló con sinceridad.
―Paula, gracias por todo, ya has hecho demasiado por hoy ocupándote de
todo tú sola. Mejor vete a casa y descansa. ―Se despidió de ella con afecto,
cubriendo sus manos con las suyas.
―Hola, Paula ―saludó Estela al acercarse a ellos.
―Hola, Estela, ¿cómo te encuentras?
―Triste, todos estamos muy tristes viviendo estos momentos ―contestó.
―Tenemos que ser positivos, ya verás que pronto tendremos al señor
Emiliano de vuelta en la oficina con la misma energía de siempre.
―Eso esperamos, y que todo esto se quedé en un enorme susto ―confesó
Estela.
―Voy a despedirme de tu madre ―comentó dirigiéndose a Víctor―. Por favor
llámame si hay alguna novedad.
―Vete tranquila ―asintió Víctor.
Mario y Elena seguían hablando emocionados, continuaban brazados; sentir
la veneración de aquel hijo por su madre fue más de lo que Paula podía aguantar
en ese momento. Sus piernas temblaban
como gelatina, se regañó a si misma por sentirse así, no podía dejar que nadie
notase que la presencia del menor de los Vargas la había afectado mucho más de
lo que ella hubiera imaginado.
―Perdón, señora Elena, ya me marcho. ―Intentó que su voz fuese totalmente
neutra, exenta de cualquier matiz―. Por favor, llámenme si se les ofrece
cualquier cosa. ―Sentía un extraño calor
por su cuerpo al sentir la presencia de Mario tan cerca de ella, además, era
consciente de que la estaba mirando en ese momento y preguntándose quién era.
―Gracias mi niña, tu siempre tan atenta.
―Pero mamá, no nos vas a presentar ―interrumpió Mario.
―Perdón hijo, no me había dado cuenta. Ella es Paula Ribera, la
secretaria de tu padre.
―Encantando Paula, yo soy Mario Vargas, el hijo perdido de esta familia ―la
saludó con una hermosa sonrisa marcada en su rostro.
El roce de piel con piel mandó un inesperado calor sobre el cuerpo de
Paula que llegó sin preaviso, tomándola por sorpresa y haciéndola agitarse. Tuvo
que hacer un gran esfuerzo para que aquellas inesperadas emociones no se
reflejaran en su rostro.
―Encantada, señor Vargas ―contestó cortésmente.
―Por favor, tutéame ―le pidió Mario―. Creo que ambos somos casi de la
misma edad. Perdón, no es que quiera que me digas tu edad, ya sé que eso no os gusta
a las mujeres ―se disculpó rápidamente al ver el rostro sorprendido de Paula.
Mientras
conducía camino a su casa Paula reconoció que Mario tenía razón, él era un año
mayor que ella, su padre se lo había confesado en una ocasión en la que le
contó con orgullo todos los lugares que había visitado su hijo menor.
Volvió a sentir esa agitación al recordarlo, su mirada tan intensa, esa
sonrisa incitante dibujada en esos labios tan sugerentes, ¿pero qué estaba
haciendo?, era una estúpida por estar pensando en él de esa forma, hizo un
gesto con su cabeza queriendo alejar todos esos pensamientos.
―Elena, querida,
cómo se encuentra mi hermano. ―La preocupación de Esteban parecía sincera
cuando saludó a su cuñada.
―¡Ay, Esteban!, gracias por venir. Aún no nos han dicho nada nuevo, me
estoy volviendo loca, necesito saber que está pasando con Emiliano.
―Hola, tío Esteban, tú como siempre tan preocupado por mi padre ―saludó
Mario con un tono mitad burla mitad reproche. Siempre había sentido recelo
hacia su tío, no le inspiraba confianza.
―Hola sobrino, veo que te has dignado a estar cerca de tu madre en estos
momentos ―contestó mordazmente, el sentimiento de rechazo era mutuo entre
ambos.
En ese instante apareció el Dr. Castro para hablar con ellos y por su
semblante se podía adivinar que no traía buenas noticias.
―Siento deciros esto, pero Emiliano ha vuelto a sufrir otra crisis y no
creo que la pueda superar. En este momento se encuentra consciente y quiere
hablar con vosotros ―dijo dirigiéndose a Víctor y Mario―, y luego quiere verte
a ti Elena. Por favor, ser prudentes, no debe agotarse.
Al oír las palabras del doctor, Víctor y Mario se miraron, sus rostros
reflejaban el mismo dolor y la misma preocupación, ninguno de los dos quería
expresar en voz alta lo que estaban pensando.
―Hijos, ¡mis tesoros!, por favor, ir a ver a vuestro padre, ahora nos necesita más que nunca. ―Las
palabras de Elena fueron un susurro apenas perceptible.
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