jueves, 4 de abril de 2013

NO SE VIVIR SIN TI ... CAPITULO 2


  “UNA TRISTE DESPEDIDA"


Ver a su progenitor tumbado en la cama inmóvil les hizo sentir un gran pesar, su padre que siempre había sido un hombre tan activo, jovial, hablador y vital, ahora parecía tan frágil e indefenso. Al oírlos entrar abrió lentamente los ojos y en su rostro apareció una leve sonrisa.
―Hijos...Víctor… Mario, gracias a Dios llegasteis a tiempo.
―No hables papá, tienes que descansar, no te puedes fatigar ―dijo Mario mientras le daba un cariñoso beso en la frente
―Voy a tener mucho tiempo para descansar, ahora necesito hablar con vosotros.
Emiliano sabía que se le iba la vida, en esos últimos meses no se había sentido muy bien por lo que acudió a la consulta de Armando. El Dr. Castro mandó realizarle varios exámenes y los resultados no fueron nada alentadores. Su corazón estaba enfermo, sufría un estrechamiento de la válvula aórtica y la única solución era la cirugía. Pero la lectura de su analítica reveló que los niveles de glucosa en la sangre estaban muy altos, por lo que su intervención pasaba a ser de alto riesgo.
No quiso preocupar a su familia, por lo que le hizo prometer a Armando que guardaría silencio. Este, al principio, se negó rotundamente, pero tras la insistencia de su gran amigo tuvo que acceder a sus deseos y le aseguró que no les diría nada, a pesar de no estar de acuerdo con esa decisión.
Pensó que con el tratamiento que estaba tomando todo iba a marchar bien, pero que necio había sido. En varias ocasiones Armando le recomendó que se operase, pero él siempre se negaba con cualquier excusa, y ahora… le quedaba tan poco tiempo.
Nunca creyó que el momento llegaría tan pronto y todavía le quedaban muchas cosas por hacer, por decir. Pero si Dios así lo había decidido, tendría que resignarse. Su única preocupación eran sus hijos y su adorada Elena… ¡Elena, su mujer, su compañera, su amante, su amiga, su confidente y la madre de sus hijos! Ella lo era todo para él, pero ahora había llegado el momento de hablar con Víctor y Mario, luego se despediría de su esposa.
―Hijos, acercaros los dos, necesito hablar con vosotros. Cuando yo ya no esté aquí...
―Papá no digas tonterías ―lo cortó Víctor―. Todo va a salir bien y no te va a suceder nada, aún vas a seguir dando mucha guerra.
―No Víctor, tenemos que ser realistas. Llevo bastante tiempo enfermo y sabía que esto podía suceder en cualquier momento.
Ambos hermanos se miraron confundidos sin saber que decir, ninguno de los dos podría haber imaginado que su padre estuviera tan enfermo.
―Necesito pediros algo a los dos ―prosiguió Emiliano con un breve arranque de energía―, y sé que mi última decisión os tomará por sorpresa, pero todo lo que necesito es que ambos me prometan que juntos continuarán con la compañía, apoyándose el uno en el otro.
―Padre eso es un disparate, mi hermano nunca se ha preocupado de la empresa y es incapaz de permanecer en un mismo lugar durante una larga temporada. ―El tono de Víctor estaba lleno de reproche. Pensaba que su hermano era un bueno para nada, un insensato que no estaba capacitado para hacerse cargo de la empresa.
―¡Víctor! ―lo reprendió su padre―. Esta es mi decisión y así lo he dejado escrito en mi testamento. Durante el próximo año ambos tendréis que compartir el control de Tequila Vargas y ninguno podrá vender o ceder su parte de las acciones hasta que no pase ese tiempo. No me gustaría que nuestra empresa pasase a alguien ajeno a la familia, me costó mucho esfuerzo y trabajo llegar a ser la compañía que somos. El resto de los detalles los he dejado redactados, por supuesto, a vuestra madre le he dejado la mansión, la casa de Cancún y una parte de las acciones, las cuales le permitirán vivir holgadamente. ―Emiliano lanzó un largo suspiro.
Mario durante todo este tiempo se había mantenido en silencio, solo miraba el rostro de su padre, el hombre que más admiraba en el mundo. Su padre había sido una persona trabajadora, honrada e íntegra. Hacía muchos años, cuando Víctor y él aún eran unos niños, compró unos terrenos que vendían en el distrito de Guanajuato y pensó en plantar agave para elaborar tequila de forma tradicional. Los principios fueron muy duros, necesitó pedir créditos a los bancos, trabajar de sol a sol en los campos con los peones. Pero el tiempo recompensó todos sus esfuerzos y en esos momentos era el dueño de una de las haciendas más prósperas. Tequila Vargas era uno de los productos más vendidos en el mercado nacional e incluso ya era reconocido en Europa.
―Víctor, por favor, acércate ―rogó Emiliano.
Al acercase a su padre, éste tomó las manos de sus hijos y las unió junto a las suyas y prosiguió con un gran esfuerzo.
―Tened confianza el uno del otro, y siempre… pase lo que pase ¡¡Siempre!!, buscar la verdad en vuestras miradas… prometérmelo. ―La voz de Emiliano apenas era un susurro.
Ambos hermanos, mudos por la emoción, asintieron con la cabeza. Sus mentes no comprendían lo que estaba sucediendo, tampoco sus palabras, y no daban crédito a que esa fuera una despedida, la última vez que lo verían con vida.
―Víctor, necesito que me dejes unos minutos con tu hermano, tú siempre has estado a mi lado, he disfrutado de tu amor y tu compañía todos los días.
―Por supuesto ―contestó Víctor totalmente aturdido. No pudo reprimir las lágrimas al pensar que ese era el último abrazo que le daba a su padre.
Cuando Víctor cerró la puerta, Emiliano se quedó mirando a su hijo menor, esbozó una sonrisa al verse reflejado en aquellos hermosos ojos dorados que mostraban todo el dolor que sentía su alma.
Físicamente se parecía a la familia de su querida esposa, su parte española estaba muy latente en él, decidido, arriesgado y para su tormento, demasiado atrevido. En silencio siempre había admirado su coraje de vivir la vida como realmente la sentía, pero todo tenía sus límites y había llegado el momento de sentar cabeza como él hizo en su día,  y sabía que la decisión que había tomado era la correcta, aunque sus hijos no la vieran así, pero con el tiempo le darían la razón.
―Mario. ―Su voz cada vez era más débil.
―Papá, por favor, no te fatigues, no te hace bien.
―No importa hijo, necesito que me escuches con atención… no me interrumpas.
Mario se sentó en el borde de la cama que ocupaba su padre y  tomó su mano con mucho cariño.
―Cuidar de vuestra madre, os va a necesitar mucho cuando yo ya no esté a su lado. ―Su rostro reflejaba el inmenso dolor que sentía al despedirse de sus seres más queridos―.  Ten paciencia con tu hermano, te va a necesitar. En los negocios es seguro y firme, pero en lo personal le pueden sus dudas, va a necesitar tu empuje. Él te quiere y te admira, incluso le gustaría ser como tú, pero no lo confesaría aunque le fuese la vida en ello. Vive tan inmerso en el trabajo que está perdiendo a Estela poco a poco, a pesar de que ella lo ama con locura. Dime que los vas a ayudar.
Mario asintió con la cabeza, el nudo de dolor que se había formado en su garganta le impedía pronunciar palabra.
―Y ahora es tu turno, es tiempo de que dejes a un lado tus aventuras y eches raíces, encuentra una mujer que sea tu complemento, tu cómplice, tu confidente. No te ciegues por la belleza exterior, es mucho más importante el alma de una persona, sus sentimientos. Cuando la encuentres no la dejes marchar y, como hice yo con tu madre, forma una familia. ―En el rostro de Emiliano apareció una ligera sonrisa―. Otra cosa… hay una persona… Paula… ella ha sido mi secretaria durante este último tiempo, es muy eficaz, cumplidora, pero sobre todo honrada, apóyate en ella porque será un buen bastón para ti.
―Si… sé de quién me hablas…  acabo de conocerla ―respondió Mario a su padre―. Se la notaba muy afectada por tu… ―No pudo continuar hablando, las lágrimas resbalaban por su rostro.
―Hijo, no llores, no estés triste por mí ―Lo consoló Emiliano apretándole cariñosamente la mano, mientras continuaba hablando sobre Paula―. Pobre criatura, recuerdo cuando llegó a la oficina como un cachorro herido y receloso. Despídeme de ella, ha sido como una hija y sé que le va a doler mucho mi… ―Su voz se quebró, era tan grande aquel dolor al sentir como se le escapaba la vida.
―Pero papá, no nos vas a dejar, no puedes ―la voz de Mario sonaba desesperada, incapaz de creer que esa podría ser la última vez que estuviese hablando con él―. Te vas a recuperar y todo va a ser una mala pesadilla...
―¡No! ―cortó Emiliano con rotundidad―. Sabes que no va a ser así y necesito que tu ocupes mi lugar en la casa, que des apoyo a tu hermano sin que él se dé cuenta y, que sobre todo, cuides de tu madre... mi adorada Elena, esto es lo que más me duele, dejarla sola. ―Emiliano suspiró con esfuerzo.
―Hijo, protégelos de cualquier peligro.
―¿Peligro? ―preguntó sorprendido Mario.
―No hijo… no temas, pero tienes que estar alerta en todo lo referente a la tequilera y la hacienda, sobre todo vigila a tu tío Esteban. No te sorprendas, sé que tampoco él es santo de tu devoción. ―Mario asintió con la cabeza, era cierto que nunca le había gustado la actitud de su tío hacia su familia, no era una persona honrada y con principios como su padre.
―Ahora, hijo, por favor llama a tu madre, necesito despedirme de ella y nunca olvides que te quiero con toda mi alma.
―Yo también, papá ―contestó conteniendo a duras penas las lágrimas que amenazaban con salir, sentía su alma en carne viva, como si se la hubieran marcado con el hierro de las reses. Se inclinó para darle un cálido beso en la frente a la vez que acarició por última vez sus cabellos, ya no podría volver a hacerlo más.
Salió de la habitación sin poder reprimir el llanto, su madre le acarició el rostro cuando pasó a su lado. Víctor lo miró interrogante, pero pensó que aquel no era el momento para saber de qué habían hablado.

―¡Elena! ―su voz apenas era un murmullo, pero los ojos de Emiliano se iluminaron al ver a su esposa―. Mi adorada esposa, cuanto te amo mi vida, ¿lo sabes? ―preguntó con lágrimas en los ojos.
―No solo lo sé, lo he sentido durante todos estos años que he vivido junto a ti ―contestó tratando de reprimir las lágrimas que amenazaban con desbordar sus ojos ―. Pero por favor, no te fatigues, no te hace bien.
―Querida, déjame hablar. Necesito decirte tantas cosas y nos queda tan poco tiempo. ―Elena comenzó a llorar al oír sus palabras.
―No llores mi vida, tienes que ser muy fuerte, piensa que yo siempre estaré contigo cuidándote; seré como tu ángel de la guarda velando por ti y por nuestros hijos... Mi vida, gracias por todos estos años que he vivido junto a ti, por entregarme tu juventud, por darme dos hijos maravillosos, y perdóname…
―Mi amor, ¿qué tengo que perdonarte?
―Mi marcha, mi ausencia, te voy a dejar antes de lo que yo hubiese querido, ya no voy a poder acompañarte más, no vamos a poder disfrutar juntos de ver nacer a nuestros nietos, y  ver cómo te conviertes en la abuela más hermosa del universo. ―Los ojos de Emiliano reflejaban todo el amor que sentía por su esposa, al igual que el dolor por abandonarla tan pronto.
―Elena, prométeme una cosa. ―Ella asintió con la cabeza, no podía pronunciar ninguna palabra por la agonía que estaba viviendo en esos instantes―. Yo sé que he sido, soy y seré el amor de tu vida, me lo has demostrado desde el mismo instante que nos conocimos y nuestras miradas se cruzaron. Pero no quiero que mi recuerdo te impida volver a ser feliz, aún puedes…
―¡¡No!! Emiliano, por favor no digas nada más, sabes que eso sería imposible y además tú no me vas a abandonar.  ―Abrazó a su esposo mientras besaba su rostro, las lágrimas corrían libres por su cara ya sin poder contenerlas.
―Elena… apoya a nuestros hijos, van a pasar momentos muy duros, oblígalos a pasar el próximo año trabajando juntos, no va a ser fácil para ellos.
Ella miró sorprendida a su esposo, no entendía sus palabras.
―Será difícil y complicado, pero juntos van a formar un magnifico equipo y nuestro nombre seguirá perdurando generación tras generación. Víctor es un destacado hombre de negocios, conoce al mínimo detalle todo lo relativo a la tequilera y Mario tiene el empuje que le falta, son el equipo perfecto.
―Pero Mario no…
―Nuestro hijo menor no es ese rebelde que quiere hacernos ver, estos dos últimos años se ha preparado un master de Dirección Comercial de Empresas y sus calificaciones han sido inmejorables. Aun teniéndole lejos, siempre he estado al pendiente  de sus pasos, yo… yo le he enviado periódicamente los informes de la empresa.
Elena alzó las cejas sorprendida, sabía que su esposo adoraba a sus hijos, siempre había sido un padre responsable y preocupado, por lo que sonrió satisfecha al escuchar sus palabras.
Emiliano se sentía extenuado por el esfuerzo de esa conversación, sus ojos se tornaron vidriosos y comenzó a respirar con dificultad, sentía que se acercaba el final, su despedida, el hermoso rostro de su mujer estaba bañado de dolor y lágrimas, que duro era decir adiós. Con apenas un hilo de voz musitó sus últimas palabras:
―¡Mi amor, te amo…! ―Sus ojos dejaron de brillar, su rostro quedó inmóvil y su cuerpo derrotado, pero su alma llena de paz.
-¡Nooooo!, Emiliano… ¡nooooooooo! ―gritó desgarrada.

Víctor miraba fijamente el ataúd donde yacía el cuerpo inerte de su padre, aún no podía creer que los hubiera abandonado, un hombre tan fuerte, tan vital. Sabía que lo iba a echar mucho de menos, lo iba a necesitar tanto. Suspiró con un intenso pesar,  sentía dolor en cada centímetro de su cuerpo. De repente, sintió como su esposa tomaba su mano y le daba un apretón cariñoso, dándole ánimos en esos duros momentos. Estela también estaba muy apenada por la muerte de su suegro, sus sentimientos eran sinceros, había llegado a querer a Emiliano como si se tratase de su propio padre.
―Víctor, cariño ¿cómo te sientes? ―susurró suavemente. Su voz siempre lo hacía sentirse en paz consigo mismo. Lo reconfortaba mucho escucharla―.   ¿Quieres que vayamos a tomar un café?, apenas has probado bocado desde ayer y te hará bien tomar algo. ―Víctor asintió con la cabeza y se dejó llevar por ella.
Elena, de luto riguroso, estaba sentada muy cerca del ataúd de su esposo. Mario casi no se separaba de ella, siempre al pendiente de su madre, regalándole cualquier gesto de cariño para reconfortarla, pero su dolor era tan hondo que nada ni nadie podía mitigar su sufrimiento. Sentía un gran vacío dentro de ella, su gran amor, su compañero la había dejado sola.
El entierro de don Emiliano se celebró en privado, solo los familiares y amigos más allegados asistieron. En la mansión Vargas se esperaban muchas personas que se habían acercado a transmitirles sus condolencias, él había sido  muy respetado dentro del sector tequilero.
Esteban se acercó a su cuñada para acompañarla en ese amargo momento y decirle que siempre estaría a su lado cuidándola, pero cuando Mario se acercó a su madre se alejó rápidamente a atender a unas personas que acababan de llegar a la mansión.
Paula había asistido al entierro y se mantuvo en un segundo plano, no quiso entrometerse en aquellos momentos de sufrimiento. Se acercó a dar el pésame a la familia, estaba desolada y muy triste por la muerte del señor Emiliano y así se lo transmitió a Elena cuando la saludó:
―Lo sé hija, todos vamos a extrañarle mucho. Mi esposo te apreciaba y respetaba, siempre hablaba muy bien de ti.
Se acercaron unas personas a Elena para expresarle sus condolencias, por lo que Paula se dirigió hacia Víctor y Estela que estaban hablando con su tío Esteban. Sin darse cuenta  ella lo estaba buscando por toda la sala, pero no había rastro de Mario.

No muy lejos de allí se encontraba la  persona que ocupaba en las últimas horas los pensamientos de Paula. Necesitaba desahogarse y agradecía que su amigo estuviera a su lado en esos momentos tan difíciles.
―David, me siento roto por dentro, aún no me hago a la idea de que no voy a volver a ver a mi padre, me siento tan culpable por no haber estado más tiempo aquí durante este último año.
―No pienses eso ahora, no tienes que sentirte culpable. No sabías que tu padre estaba enfermo.
―Lo sé, pero me duele tanto. No voy a regresar a San Diego, me voy a quedar aquí.
―No creo que sea momento para tomar decisiones ―contestó David sorprendido por las palabras de su amigo.
―No es mi decisión, así lo ha dispuesto mi padre. Quiere que mi hermano y yo llevemos juntos la empresa.
―Pero si tú lo único que sabes del tequila es bebértelo ―respondió riendo David.
―No estoy para tus bromas, ya te contaré los detalles en otro momento.
Mario se lo había prometido a su padre y así lo iba a cumplir. Un año pasaba rápidamente. David se despidió de él, no quiso volver a entrar a la mansión, había demasiada gente. Ambos se fundieron en un cálido abrazo, se querían como si fuesen hermanos, habían pasado tantos momentos juntos, buenos y malos.
Allí estaba él, solo con sus pensamientos, con sus recuerdos; cuando de repente apareció Paula que había salido a tomar un poco de aire. Vio que su expresión cambió al darse cuenta de su presencia, se puso rígida, hizo un gesto nervioso al ajustarse aquellos lentes horrorosos. La había visto en el entierro, su llanto silencioso lo había emocionado y, por unos segundos, sintió deseos de abrazarla, de reconfortarla. Sacudió la cabeza queriendo alejar aquellos descabellados pensamientos, ese sentimiento solo había sido una consecuencia del exceso de cansancio y desolación que sentía por todo su ser, solo podía ser eso, que otra cosa.
Paula comenzó a temblar, su cuerpo la estaba traicionando, había pasado tanto tiempo desde que no sentía nada parecido ante la presencia de un hombre, desde… no, no quería recordar, no podía recordar… aún dolía demasiado.
―Er… me gustaría que supieras que lamento mucho la pérdida de tu padre. ―La voz de Paula sonó ronca por la emoción.
Sus ojos color miel estaban tristes, llenos de lágrimas reprimidas. Ella soportó sin pestañear su intensa mirada, su rostro carente de cualquier emoción. Había logrado alcanzar un alto control sobre sus emociones, pero de lo que dudaba, era de que sus extremidades inferiores fueran a responderle, sentía que se habían convertido en dos rocas que la tenían anclada en el suelo.
―Gracias, sé que apreciabas mucho a mi padre y que tus palabras son sinceras ―contestó casi con un suspiro.
Se veía tan cansado y afligido, si ella pudiera… ¿qué iba a poder hacer? ¿Consolarle? Abrazarle? Ahora era su cerebro en el que no respondía, no sus piernas.
―Discúlpame, voy a ver si mi madre me necesita. ―La voz de Mario interrumpió los agitados pensamientos de Paula.
―Por… por supuesto, ella te necesita ahora más que nunca.
Mario comenzó a caminar hacia la casa y apenas se había alejado unos pasos de ella, cuando de repente se giró y soltó una pregunta que la dejó totalmente desconcertada y fuera de lugar.
―¿Por qué te escondes detrás de esos horrorosos lentes? ―Se dio media vuelta y siguió caminando sin esperar ninguna contestación por su parte.
Paula se quedó callada, perpleja, estaba temblando de coraje, había tirado el dardo y lo había clavado en el centro de la diana,  no podía ser posible que fuese tan transparente para él. La verdad era que si se escondía, la habían hecho tanto daño que no podía permitir que sucediera otra vez.

La semana siguiente al entierro de Emiliano fue un verdadero caos en la oficina, se tuvieron que cancelar reuniones, los clientes protestaban por el retraso de sus envíos, por lo que Paula no tuvo ni un minuto de descanso. Víctor apenas había aparecido por la empresa, todo el papeleo con los abogados tras la muerte de su padre lo mantenía muy ocupado. De hecho, esa misma mañana estaban todos reunidos en la mansión para escuchar la lectura del testamento, Emiliano había dado órdenes expresas de su lectura inmediata tras su muerte.
Rebeca le pasó otra llamada, pero en esta ocasión era Sergio Contreras que se encontraba en España tratando de cerrar negociaciones con una distribuidora de allí.
―¿Paula?
―¿Qué tal te trata Madrid? ¿Cómo va el contrato con Distribuciones Marval?
―Bien… bastante bien, muy avanzado. Creo que mañana me darán una respuesta definitiva. ¿Y las cosas por allá? 
―Imagínatelo, una semana de locos. Ha sido un golpe muy duro la pérdida del señor Emiliano.
―Sí, nadie podía pensar que esto podría suceder. Una triste pérdida. Preciosa, cuídate mucho, te noto cansada. Nos vemos en breve.
Paula colgó el teléfono con una ligera sonrisa en los labios, desde el primer día que conoció a Sergio siempre la había llamado de esa forma, al principio la molestó ya que no quería tener ningún tipo de confianza con nadie. Sergio se había incorporado seis meses antes que ella en la empresa, era el responsable del departamento de exportaciones, muy válido en su puesto, y a pesar de su primer rechazo hacia él por sus constantes bromas con el tiempo comenzó a sentirse relajada y disfrutar de sus comentarios. Y si el señor Emiliano había puesto plena confianza en él, es que era la persona indicada para ese puesto, ella siempre había confiado en el buen juicio de su jefe. Tampoco se había equivocado en esa ocasión, su labor era imprescindible para la empresa y además era un gran compañero y una excelente persona.
La tarde pasó tranquila, Víctor había llamado para avisar que no iría a la oficina, se quedaba el resto del día en la mansión Vargas con toda la familia.
Como ya eran casi las seis, Paula decidió apagar su ordenador. Salió a buscar a Rebeca que como siempre estaba retocándose el maquillaje, era una muchacha muy bonita, coqueta y alegre.
―Vamos Rebeca, estoy agotada. Quiero llegar a mi departamento y  descansar. ¡Por Dios, termina ya! ¡Estás preciosa!
―Gracias, gracias, pero eso no es un secreto ―contestó con un guiño simpático―.  Vamos anímate y acompáñame a tomar una copa a un sitio muy chic, he quedado con unos amigos, lo pasaríamos genial.
―Sabes que no me vas a convencer, no me gusta salir ―respondió Paula a la vez que tiraba de ella hacia la salida.
―Claro, habló la señora mayor que no puede hacer excesos.  ―se burló Rebeca―. Pero no pierdo la esperanza, sé que algún día  lo conseguiré.
―Como soy una “aburrida anciana”, necesito descansar mucho y tomarme leche calentita antes de irme a la cama para poder mover mis doloridos huesos al día siguiente, por lo que las salidas se las dejo a las “divertidas jovencitas” como tú.
En realidad Paula sólo era dos años mayor que Rebeca, pero eran como la noche y el día. Rebeca siempre tan alegre, tan femenina, le gustaba verse atractiva y que los hombres la mirasen, todo lo opuesto a ella. Rebeca la regañaba por su forma de vestir, de arreglarse, pero aún no se sentía con ganas, aún no estaba preparada para fiestas y reuniones de amigos, para conocer gente nueva. Ella, en otra época, también había sido divertida, alegre,  extrovertida, pero después de lo que sucedió en Madrid, era la sombra oscura de la verdadera Paula, no quería pensar más en aquel suceso, aún las heridas estaban abiertas.

En la mansión de los Vargas se estaban viviendo momentos muy duros, después de la lectura del testamento todos cayeron en un hermético silencio.
Emiliano había sido rotundo, sus hijos tendrían que compartir durante el siguiente año el control de la empresa, les había dejado un 40% de las acciones a cada uno y el 20% restante a Elena, de esa forma siempre necesitarían tener el voto de su madre para tomar cualquier decisión importante dentro de la empresa.
Elena disfrutaría el usufructo de todas las propiedades, las cuales pasarían a sus hijos el día que ella ya no estuviese. Ellos tenían la obligación de mantener el patrimonio familiar y que la fortuna de la familia siguiera creciendo. A su hermano Esteban le dejó los terrenos y la primera casa que construyó cuando comenzó a elaborar el tequila, y un porcentaje generoso de los beneficios de la empresa, que le daría para vivir holgadamente.
Pero Esteban estaba iracundo, aquello eran migajas para él, un insulto a todos esos años de trabajo y sacrificio. Siempre había sentido envidia de su posición, su fortuna, pero sobre todo de su vida junto a Elena, de haber tenido una familia junto a ella mientras que él estaba solo, sin nadie a su lado. El odio y el rencor que había acumulado durante todo ese tiempo le quemaba las entrañas igual que el tequila que se estaba tomando. Pero él tenía sus propios planes y ahora que su hermano no era un obstáculo seguiría con ellos adelante. Sabía que Emiliano desconfiaba de él, en el último mes fue más de seguido a la hacienda para controlar la cosecha y los pedidos, en la última conversación telefónica que tuvieron así se lo hizo saber, pero él ya no estaba entre los vivos, así que era casi imposible que lo descubrieran sus sobrinos, ellos no lo conocían igual que su padre, Esteban sonreía maliciosamente mientras pensaba en su negocio.
―Seguro que estás planeando algo horrible, querido tío. ―El tono de Mario era de burla.
―¡Mario, no hables así a tu tío! ―recriminó Elena a su hijo.
―No sufras Elena, estoy acostumbrado a sus bromas ―contestó con una sonrisa en sus labios, pero con una gélida mirada en sus ojos.
Mario siempre había tenido la sensación de que su tío no era una buena persona, que se aprovechaba de los buenos sentimientos de su padre. Al morir sus padres, Emiliano tuvo que hacerse cargo de Esteban, era diez años menor que él. Tuvo que trabajar muy duro para poder darle un plato de comida, un techo y estudios, pero su tío jamás se lo había agradecido de corazón.
Víctor y Estela se unieron con ellos en el salón. Elena pidió a María que ordenase servir la cena. María llevaba mucho tiempo trabajando para los Vargas, se encargaba  de los trabajos domésticos en la mansión, era eficiente, pero muy reservada. Apenas conocían de su pasado, un día llegó a la mansión pidiendo trabajo desolada por la muerte de su marido y la pérdida del bebé de ambos en un trágico accidente de tráfico. Elena se conmovió tanto que la contrató inmediatamente y con el tiempo fue delegando en ella el cuidado de la casa, de esa forma dedicaría más tiempo a su esposo y sus hijos.
María sentía una envidia terrible de Elena, casi enfermiza, ella tenía todo lo que una mujer podría desear: posición, dinero, dos hijos maravillosos que la adoraban y un esposo que la había amado hasta el último segundo de su vida. No se alegraba de la muerte del señor Emiliano, todo lo contrario, porque estaba casi segura de que ahora Esteban intentaría conquistar a su cuñada, de la que estaba profundamente enamorado, ella se había dado cuenta como la miraba, con deseo y admiración. Los celos la carcomían cuando veía esos sentimientos reflejados en los ojos de su Esteban. Para él, ella era una simple criada,  alguien invisible a sus ojos, nunca la había mirado como una mujer, ni siquiera como una persona. La única culpable, Elena. 
Mientras terminaba de recoger la cocina María recordaba que los momentos más felices de su vida habían sido en la época de la cosecha, cuando toda la familia se desplazaba a la hacienda, incluido ella, y eso la hacía sentirse feliz porque iba a poder disfrutar de la presencia de Esteban durante una larga temporada, aunque eso significase soportar a la fastidiosa de Damiana. Nana, como la llamaban todos cariñosamente,  había cuidado de Víctor y Mario durante sus primeros años de vida.

Apenas pronunciaron palabra mientras cenaban, era duro ver el asiento de Emiliano vacío, solo habían pasado unos días y el dolor era muy intenso. Elena a duras penas controlaba las lágrimas que amenazaban con escaparse de sus ojos, por lo que sin apenas haber probado bocado se disculpó ante todos, necesitaba estar sola con sus pensamientos, con sus recuerdos, con su dolor.
Al entrar en su habitación sintió muy latente la presencia de su esposo, su bata estaba en el mismo sitio de siempre, tantas veces lo había regañado por dejarla tirada en cualquier lugar, cuanto daría por estar haciéndolo en esos momentos. Recogió la bata y la estrechó entre sus brazos, aún conservaba su olor. Elena se dirigió a uno de los cajones de su cómoda y tomó un álbum de fotos antiguas, tumbada en su cama y arropada con la bata de su amado esposo se puso a ojearlo, ya no pudo contener las lágrimas mientras contemplaba todos los momentos hermosos que había vivido junto a él. Su ausencia era tan grande, tan dura, dolía tanto porque él ya no iba a regresar nunca más y su vida se había quebrado con su partida.



6 comentarios:

  1. buahhh buahhh a moco tendido pobre Emiliano............... ayyyy supirando por Mario q observador con Paula ay lo q le espera quiero leer massssssssssssss!!!

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  2. Muy buenos me deja con ganas de seguir leyendo y para que yo lea un libro jajaja te quiero tuti

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  3. Bueno chicas a sacar los pañuelos! snif snif, Mi Pili sólo pienso en el tiempo que tenías guardada esta hermosa historia, joder te le hubiese adelantado a la EL JAMES!!! Y que conste que bastante que te empujamos a seguir! Besossssss

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  4. jajajajaja Rosalía Pinto me meo!!! Estoy en un programa de Protección a Testigos!!!

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  5. Estoy con un nudo en la garganta que no veas bueno y ahora empezará el mambo no???? Cuantas incógnitas que será lo que planea el tío Esteban y María después de darle trabajo y tratarla bien ahora odia a Elena. Y Mario y Paula ufff un sin vivir

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  6. Estoy con un nudo en la garganta que no veas bueno y ahora empezará el mambo no???? Cuantas incógnitas que será lo que planea el tío Esteban y María después de darle trabajo y tratarla bien ahora odia a Elena. Y Mario y Paula ufff un sin vivir

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