Damián
ya no estaba junto a ella, un maldito tumor cerebral le había alejado de sus
brazos, apenas tuvieron tiempo para despedirse, todo sucedió demasiado rápido.
El
recuerdo de la última noche que pasaron juntos, la acompañaba en todo momento,
era lo único que le quedaba de él. Hasta el último segundo su mirada gris se
mantuvo con aquel fulgor de acero, esos labios insolentes, que tantas veces
habían recorrido su cuerpo memorizándolo, no dejaban de decirle cuanto la
amaba, mientras agradecía a la vida cada minuto vivido junto a ella.
Damián
prometió a Marina cuidar siempre de ella, no importaba dónde fuese a parar, él le
haría saber que estaba bien e iba a enviarle otra persona que la hiciese igual
o más feliz de lo que habían sido juntos.
Con
lágrimas retenidas, abrazados, y en silencio; Marina sintió como el calor
abandonaba el cuerpo de Damián dando paso a un frío glacial.
Diez meses después
Marina
había pasado por las cinco fases del duelo ante la pérdida de una persona
amada, primero había sido la negación,
cada día al llegar a casa se negaba a creer que Damián no iba a volver a abrir
la puerta, con su sonrisa ladina y ese gesto de niño grande.
Tras
comprobar, día tras día, mes a mes, que la puerta no se abría, llegó el dolor emocional, la tristeza invadió cada poro de su piel, allí
donde antes había caricias, placer, ahora solo existía dolor y sufrimiento.
Cuando
comenzó las fases de negociación y
aceptación fue tras casi cuatro meses de insomnios, luchas interiores y
largas negociaciones con el mismísimo universo, intentando comprender por qué
Damián se había ido.
Y
ahora, a punto de cumplir un año de su ausencia, estaba en la fase del enfado, la ira e incluso la indiferencia,
se levantaba enojada con el mundo entero, con Damián, con sus promesas que
nunca serían cumplidas, no porque él no quisiera, era imposible que le enviase
una señal y mucho menos a alguien que cuidara de ella, nada de eso iba a
suceder, jamás.
En
un arrebato de ira comenzó a recoger todas sus cosas, todo lo que le recordaba
a él. Tomó una maleta grande y comenzó a tirar todo dentro, su gorra favorita,
sus libros preferidos… con una diabólica sonrisa se acercó a su preciada
colección de discos de vinilo de los 80,
los tiró dentro de la maleta sin tener ningún reparo, seguro que eso le
haría convulsionar estuviese donde estuviese.
Tras
cerrar la maleta, Marina se sentó encima de ella, abrazándose con sus brazos,
buscando el refugio que necesitaba,
―Damián ―susurró en voz baja, mientras las
lágrimas caían por sus mejillas.
Por
un instante pensó que terminaría deshidratándose, estaba segura de que no
quedaba más reserva de agua en su cuerpo.
De
repente, el sonido del timbre la sobresaltó, por un momento pensó en no
contestar, seguro que era el portero para traerle un nuevo certificado con otra
multa…o... ¿sería? Marina sacudió su cabeza, tenía que dejar de pensar
tonterías, Damián ya no estaba y no iba a volver nunca más, ni tampoco iba a
recibir mensajes de él, ni visitas inesperadas…ni…
–¿Mónica?,
¿qué… qué haces aquí? –preguntó Marina atónita al ver pasar como un huracán a
su amiga. Llevaba esquivándola las últimas cuatro semanas.
–Tal
y como me imaginaba, estás hecha un asco, te ves fatal –comentó Mónica moviendo
su melena castaña, mientras sus tacones repiqueteaban a su paso.
–Gracias,
yo también te quiero –suspiró Marina sentándose de nuevo sobre la maleta.
–¿Son
las cosas de Damián? –señaló Mónica suavemente.
Marina
sólo pudo asentir, no le quedaban fuerzas para nada más.
–¡Vamos!,
¡mueve ese precioso trasero!, Date un ducha, ponte ropa limpia, algo que te
haga parecer una mujer y no un espantapájaros. ¡Vamos a salir a dar una vuelta!
No, no admito ninguna protesta, –contestó rápidamente Mónica al ver el gesto de
negación en su rostro.
Ya
había pasado casi un año desde que Damián se había ido y era hora de tomar
cartas en el asunto, le había hecho una promesa a su amigo de la infancia, e
iba a rescatar a Marina, ella era la señal que él la había prometido.
Marina
sentía que estaba traicionando a Damián, aún no estaba preparada para
enfrentarse a la vida sin él. No se merecía reír, ni escuchar música, ni tomar
una copa, no se merecía nada de eso porque Damián ya nunca iba a poder hacerlo.
–Deja
de sentirte culpable por estar viva. Fue un cáncer quien le arrebató la vida a
Damián, no fuiste tú. No puedes seguir escondiéndote, a él no le gustaría que
lo hicieras. Me pidió que cuidara de ti, que te recordase que desde la
estrella, asteroide, cometa o lo que fuese donde estuviese él estaría bien.
Durante
unos segundos que parecieron interminables, solamente se escuchaba el ruido de
los limpiaparabrisas del coche, afuera estaba lloviendo, una lluvia suave,
catártica.
Allí
estaba la señal que él prometió enviarle. Mónica tenía razón, pero era muy
difícil cerrar la puerta a Damián y abrir nuevas ventanas, aún no estaba
preparada.
Con
una maniobra eficaz, Mónica estacionó el vehículo frente a un nuevo local, hoy
era su inauguración. Conocía al dueño, en la gestoría donde trabajaba llevaba
la contabilidad de sus negocios, tenía varios locales de moda, y entre ambos se
había creado una gran amistad.
Al
acercarse a la entrada, Mónica dio su nombre al portero y las dejaron pasar
inmediatamente sin tener que esperar la extensa cola que se había creado en la
puerta.
Al
entrar, Marina se quedó fascinada, fue como regresar a los queridos años 80 que
tanto adoraba Damián, todo aquello era un tributo a la movida madrileña, fotos de grupos como AlasKa y los Pegamoides, Nacha Pop, Los Secretos…y otros tantos.
Sonrió
emocionada al ver enmarcados dos de los vinilos preferidos de Damián, uno de La Unión y otro de Gabinete Galigari, los mismos que unas horas antes había desterrado
en la maleta.
–Marina,
te quiero presentar al culpable de esta decoración tan retro, cliente de la gestoría y también un gran
amigo, Gabriel.
Antes
de girarse, ya había sentido su presencia, un fuego recorrió su columna
vertebral, dando calor a su cuerpo entumecido, inflamando su piel.
–Encantado,
Marina –aquel sonido ronco, grave y masculino la dejó sin palabras, sólo pudo
asentir con la cabeza.
Al
levantar la vista hacia el dueño de esa sensual voz, se quedó impactada al
verse atrapada en sus ojos. Si no fuera porque era totalmente imposible, juraría
que aquella mirada era la de Damián. Una mirada que llevaba añorando y evocando
día a día, noche a noche, durante aquel último año.
Aquellos
iris del color de la plata fundida, relucieron como dos espadas brillantes en
la batalla, al clavarse en su mirada. Al mismo tiempo su dueño tomó la mano de
Marina entre las suyas para llevársela con delicadeza a los labios, a la vez
que susurraba:
–Bienvenida
a Syldavia (1)
Marina
escuchó con placer el nombre del local, aquel era el título de una de las
canciones preferidas de Damián. Sin dejar de perderse en la mirada de Gabriel,
tuvo el pleno conocimiento de que él era la persona que le había enviada, la
promesa cumplida. Ya no sentía miedo de enfrentarse a un nuevo
día… el sol ya no derretirá sus alas, en cambio, la luna le mostrará el camino
a su nuevo destino.
Fin
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