Estela estaba
ayudando a su esposo a acomodarse en la cama, ambos estaban nerviosos. Esta su conversación
pendiente, la cual iba a marcar un antes y un después en su relación.
Al terminar, Víctor le pidió que se tumbase junto a él, y allí estaba
ella, recostada con su cabeza en el lado izquierdo de su pecho, en su corazón,
escuchando sus latidos y anhelando oír sus palabras.
―Estela, déjame explicarte todos mis pretextos ante la posibilidad de
quedarte embarazada y por favor no me interrumpas, déjame hablar porque no sé
si volveré a tener el valor para decirte todo esto, otra vez, en voz alta.
Ella asintió muda, conteniendo la respiración tomó la mano de su esposo y
se la acercó para darle un beso, animándolo para que comenzase a hablar, lo
cual él hizo.
―Seguro habrás llegado a pensar que soy egoísta y egocéntrico, en fin ―soltó
un largo suspiro que llevaba mucho tiempo encerrado en su pecho―, quizás en
algún momento si lo haya sido. Detrás de todas mis falsas excusas, solo existía
un gran motivo, el miedo, miedo a ser padre, al cambio. La incertidumbre de cómo
afectaría a nuestra vida, a nuestra relación, los cambios que conlleva y la
enorme responsabilidad. Sabes que llego a ser tan metódico en todo, los
horarios, el trabajo, incluso la ropa. Pero mi mayor pecado es mi egoísmo…
―Mi amor tú no eres egoísta, no…
―Lo soy ―sentenció Víctor sin ninguna vacilación a la vez que depositaba
un tierno beso en el cabello de Estela―, y mucho, por no querer compartirte con
nadie, incluso con nuestro propio hijo, no he querido que nada ni nadie ocupase
tu tiempo porque eso significaría que me lo ibas a quitar a mí, ¿ves como si
soy un verdadero monstruo? ― dijo Víctor angustiado, temeroso de la reacción de
su mujer.
Estela alzó la mirada para encontrarse con la de él, aquellos ojos
reflejaban todo el dolor que su alma sentía, la cual vivía atormentada por
tener todos esos sentimientos. Pero lo que él no sabía, era que el miedo a la
paternidad era mucho más común y frecuente de lo que se podía imaginar.
La paternidad era un cambio importante en la vida de los hombres y no
todos estaban preparados para enfrentarla, la noticia de la llegada de un hijo
tendría que ser un motivo de alegría, pero no siempre era así.
El miedo a esa
responsabilidad, en la mayoría de los casos, era un sentimiento
pasajero. Ese temor era básicamente por la preocupación de la crianza del bebé,
de su educación. Pero sobre todo la gran responsabilidad que suponía traer una
nueva vida al mundo, sin saber si serás el padre adecuado. Si a todos estos
temores, le sumamos el cambio que produce
el nacimiento de un hijo en la pareja, esto crea un terror absoluto a la idea
de ser padre.
Estela estaba confundida por las palabras de su esposo, incluso
emocionada por aquel miedo a perder su atención ante la llegada de un bebé a
sus vidas. Por supuesto que un recién nacido demandaría toda su atención, pero
eso no significa que fuese a dejar a un lado a su compañero, todo lo contrario,
lo haría partícipe de todo lo concerniente con el bebé.
―Víctor, mi amor ―susurró dulcemente sin dejar de mirarlo, la
preocupación estaba dibujada en su rostro. Le rozó la mejilla con su mano para
tranquilizarlo, todo estaba bien y él no era ningún monstruo―. Te amo con todo mi
corazón, mi cuerpo, mi alma y sabes que
anhelo con todo mí ser, tener un hijo de los dos. Un hijo que tenga tus bellos
ojos, tu hermosa boca. ―Delineó con su dedo índice el contorno de los labios de
él―, que tenga tu fuerza, que sea honesto y, sobre todo, que ame y respete a su
familia tanto como tú lo haces.
Por la mejilla de Víctor rodó una lágrima solitaria que Estela no dudó en
besar, con aquel gesto quería que todas las dudas de su marido se esfumasen,
que supiese que ella siempre estaría para él y junto a él.
―Tener un hijo, significará un gran cambio en nuestras vidas ―prosiguió
Estela acurrucándose a su cuerpo, la
mejilla sobre su pecho, escuchando los latidos inquietos de su corazón―, y supondrá
renunciar a muchas cosas, a muchos sacrificios, pero todos serán compensados
por el amor y la felicidad que sentiremos al tenerlo entre nuestros brazos.
Ambos se quedaron durante unos minutos en silencio, solamente se
escuchaba en la habitación sus respiraciones, incluso se podía oír los latidos
de sus corazones, los dos palpitando al unísono, como si fuera uno.
Víctor se incorporó y con ello hizo que Estela se volviese a mirarlo, Él
necesitaba decirle algo a su mujer, su compañera, su vida, mirándola a los
ojos, que viese todo el amor que sentía por ella.
―Cariño, todo ese miedo e incertidumbre han desaparecido, bueno si soy
franco… casi todo. ―Sonrió como solo saben hacerlo, los integrantes masculinos
de la familia Vargas, con esa indolente sonrisa de lado que dejó sin
respiración a Estela a pesar de conocerla de memoria―. Después de mi caída estuve
reflexionado sino hubiese tenido la suerte de salir con vida del accidente. ―Tomó
las tibias manos de Estela entre las suyas―, ¿qué hubiera quedado de mí…? Mi
recuerdo, por supuesto, pero éste se hubiera desvanecido con el tiempo.
Entonces me puse a pensar en mi padre, en su despedida, en el orgullo por sus
dos hijos, él se iba con la tranquilidad de que una parte suya siempre estaría
viva en mi hermano, en mí y las siguientes generaciones. Él se sacrificó por
nosotros, nos amó, nos compartió con mi madre, pero ella siempre le dio su
lugar y, justo, en ese momento supe que mi mayor deseo era tener un hijo con la
mujer que amo, contigo mi amor.
Estela se lanzó emocionada a sus brazos, sus palabras habían llenado el
alma de felicidad, esperanza y fe. Ahora, más que nunca, supo que no se había
equivocado a elegirlo para que fuera su compañero hasta el final de sus días,
pasando junto a él días buenos y malos, de tormentas y calmas, y también comprendió,
que Víctor sería el mejor padre, atento y cariñoso.
―¿Entonces… a qué estamos esperando, amor mío? ―preguntó Estela con un
travieso brillo en sus ojos.
Víctor no pudo reprimir una sensual carcajada y la acercó a su cuerpo que
comenzaba a despertar a la cercanía de su seductora mujercita, y sin ninguna
vacilación apresó los dulces labios de su esposa, su beso comenzó lento,
pausado, con él quería borrar todo dolor del pasado y forjar un nuevo presente,
llenos de grandes motivos para vivir un futuro juntos.
Estela sintió que su cuerpo se elevaba pleno de gozo, la lengua de Víctor
exploraba cada rincón de su boca, buscando nuevos lugares, nuevas rutas que les
llevasen a ese final deseado.
De repente, Víctor interrumpió su beso dejándola vacía, sensible,
desorientada, lo miró sin atreverse a preguntar porque se había alejado así de
ella. Antes de que sus dudas hicieran presencia, afloró esa indecente sonrisa
en el rostro de su marido mientras se tumbaba de espaldas arrastrándola con él.
–Señora Vargas, aún estoy convaleciente, así que será usted la que tenga
que echarle tequila y sal a esta velada ―terminó con un astuto guiño.
―Señor Vargas, será todo un placer ocuparme de usted durante toda la
noche, no se preocupe que no le haré sufrir, todo lo contrario, solo quiero
darle placer ―ronroneó junto a los labios de él―, pero tendrá que ser un buen
paciente y obedecerme en todo.
―Todo suyo ―confesó Víctor deseoso de ser amado por su mujer.
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